Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez no puede cometer falso testimonio en el Senado porque la mentira es el más auténtico y sincero de sus actos
Si Sánchez miente en la comisión de investigación del Senado no será delito de falso testimonio. No porque así lo haya dicho la Fiscalía a propósito de Santos Cerdán pero con clara intención preventiva, sino porque no existe mejor testimonio de la sinceridad del presidente que sus mentiras. Mentir es su forma natural de comportarse, la que brota de lo más profundo de su ser, la más auténtica y existencial de sus expresiones comunicativas, y a un hombre que se comporta con lealtad a sí mismo no se le puede acusar de delinquir sin violentar, como dice el Ministerio Público, el principio de intervención penal mínima. Mentirá, claro que mentirá, como siempre, y esperar de él otra actitud es condenarse a la melancolía.
Los senadores que han propuesto su comparecencia tienen a su alcance una larga lista de sus declaraciones embusteras. Tantas como veces ha hablado: en el único aspecto que no finge es precisamente en el de su faceta embustera. Ha mentido a la oposición, a sus socios, a sus colegas, a sus compañeros de partido y de Gobierno, a la prensa, probablemente a su familia y desde luego y sobre todo a la nación entera. Quizá sólo su médico, y no es seguro, haya podido arrancarle alguna certeza. Su relación con la verdad es tan distante que la rehúye incluso a sabiendas de que lo desmienten las evidencias. Le da igual porque no concibe que quepa en ello ningún problema, ninguna culpa, ningún defecto; ni siquiera una leve infracción ética.
El único sentido de la citación es, pues, el de poner de manifiesto su costumbre de mentir y afearle que lo haga en una Cámara del Parlamento. Como si eso fuera algo nuevo. La normalización de la falsedad constituye su gran éxito; ha logrado que nadie se asombre ni se escandalice de su lenguaje fraudulento. Ha descubierto que la polarización es un salvoconducto capaz de proporcionarle un blindaje moral perpetuo, al punto de que ya no engaña porque todo el mundo es consciente de que lo está haciendo. El engaño necesita una audiencia capaz de darle crédito; sin esa condición se convierte en cháchara, en logomaquia, en parloteo hueco, una manera como cualquier otra de pasar (y de perder) el tiempo.
Pedro sólo es sincero cuando miente con esa desenvoltura suya, por supuesto también impostada. Cuando simula un tono de franqueza y llama al interlocutor por su nombre para crear una (falsa) atmósfera de confianza antes de soltar la siguiente patraña. Cuando adopta una pose solemne para comunicar al país, con aire de suma importancia, la penúltima ocurrencia de su laboratorio de propaganda. Cuando afirma con cara de convicción máxima que jamás tomará la decisión que ya tiene en marcha. O cuando niega con gesto victimista que haya mentido alguna vez, como ante Alsina en la última campaña. No hace falta que el fiscal diga nada: troleará al Senado sintiéndose impune, cómodo, tan a gusto en su salsa.