Ignacio Camacho-ABC
- La pandemia ha desbaratado el acuerdo de Gobierno. Sánchez ha de elegir entre cumplir con Europa o con Podemos
SI el Gobierno sanchista lleva tres años instalado en el engaño y la ocultación como principal estrategia es porque piensa, o lo que es peor, sabe que a los españoles no les importa que les (nos) mientan. El problema lo tiene con la Comisión Europea, donde rige una estricta interpretación del principio de transparencia. Alguna ventaja había de tener la puntillosa burocracia bruselesa. Las autoridades comunitarias pueden hacer la vista gorda en algunos plazos o condiciones de los préstamos, pero antes fijan por escrito las cláusulas de la entrega del dinero y las publican sin reservas ni secretos. Y aunque en el plano político admiten un cierto grado de cabildeo, cuando llega el momento de inspeccionar las cuentas sus célebres ‘hombres de negro’ no atienden la cháchara de los discursos sino la letra de los documentos. De modo que cualquier intento de confundir a la opinión pública queda al descubierto por mucho que se encubra de puertas adentro.
Así que como más pronto o más tarde todo se sabe, el doble juego de la reforma laboral y de las pensiones ha aparecido con las vergüenzas al aire: lo que el Ejecutivo ha puesto en los papeles presentados a Europa no era lo que sostiene en España Sánchez. El presidente ha vuelto a mentir -qué raro, ¿verdad?- a sus socios y a sus votantes, aunque en Moncloa le echan la culpa a Escrivá y su costumbre de hacer cálculos sin encomendarse a las consignas oficiales. La ampliación del período de cómputo de la jubilación a 35 años supone una merma cuantitativa que ha encabronado a Podemos y a los sindicatos. Pero el responsable de la Seguridad Social se ha limitado a cumplir el encargo de elaborar un plan sostenible a largo plazo. La decisión de vincular las percepciones al IPC supone un gasto estructural consolidado y el ministro no tiene la culpa de que en política no existan los milagros.
Todos estos enredos tienen que ver con la evidencia de que la pandemia ha desbaratado los compromisos de un acuerdo de coalición basado en el vaticinio, ya entonces poco realista, de un crecimiento sostenido. La condicionalidad de los fondos de ayuda obliga a revisar unas promesas que la crisis del coronavirus ha convertido en un espejismo. Ésa es la raíz del conflicto que enfrenta a un Gabinete escindido entre la facción populista de Yolanda Díaz y la más pragmática de Escrivá o Calviño. Sólo que el árbitro que tendría que resolver las discrepancias no está dispuesto a asumir el desgaste de unas decisiones antipáticas y prefiere, como siempre, camuflar la verdad bajo la humareda de la propaganda. Para agotar el mandato necesita una subasta de contrapartidas presupuestarias que no cuadran con los requisitos de estabilidad ni son compatibles con las reformas que la UE reclama. Y aunque tal vez logre ganar algo de tiempo a base de trapicheos llegará un momento en que no pueda mentirle a su propio espejo.