Esta vez no hará falta que denunciemos la tregua trampa. Porque la trampa nos la estamos haciendo a nosotros mismos. Lo que nos gustaría lo tomamos por real y ya está. Pero todos sabemos que no es así como llegará a evitarse que una mañana nos despertemos con el estampido de la cloratita. Ojalá tarde en sonar el despertador.
Parece que volvemos a lo de siempre. Todos en plan de paladines de la paz y la normalización. Ocultando que el contenido de esas palabras varía sustancialmente según el sentido de la justicia, con mayúsculas, del grupo humano que las pronuncie. Es verdad que hemos recuperado para un lenguaje común, por ejemplo, la calificación de víctima como antónimo de victimario y el grito de libertad como bandera contra el terrorismo etarra. Pero aún no disponemos de una acepción común para la palabra paz; tampoco para distinguir las ideas que colocamos en la cesta de los problemas y las que debieran lucir en la mesa de las soluciones.
Durante más de veinte años, el Partido Nacionalista Vasco fue aceptado por los sucesivos gobiernos de España como un intermediario imprescindible para la solución del problema vasco. Luego, con el Pacto de Lizarra, pasó a ser considerado como parte del problema por quienes suscribieron el Pacto por las Libertades.
Este pacto que agoniza negó el enfrentamiento de los vascos con España y denunció la represión de unos vascos contra otros. Reconoció que esta constricción de la libertad entre vascos salpica a toda la sociedad española; porque si la mitad de los vascos se sienten españoles, la mitad de los que no se sienten tales son doblemente españoles al hacer suya la secular tradición cainita de las dos Españas.
Una de las mayores dificultades para dar salida al problema que los más pedantes llaman «contencioso» y los más campechanos «konflikto«, estriba en la continuidad sin fisuras -aunque sí con diferencias graduales- de todo el espectro nacionalista vasco. Sobre ella practican surf nuestros políticos abertzales mejor que si lo hicieran en las olas de Mundaka.
En las últimas semanas han arreciado los tópicos acerca de una tregua y de la proximidad del final definitivo de la violencia terrorista. El mensaje de Imaz ha vuelto a ser aceptado como parte de la solución e Ibarretxe no ha tardado nada en colocarse en el centro del cuadrilátero para ejercer de árbitro entre los dos contendientes: ETA de un lado y el Gobierno del otro. Y todo eso sin pagar un centavo. Los hay que caen de pie.
Esta vez no hará falta que denunciemos la tregua trampa. Porque la trampa nos la estamos haciendo a nosotros mismos. Lo que nos gustaría que sucediese lo tomamos por real y ya está. Pero todos sabemos que no es así como llegará a evitarse que una mañana nos despertemos con el estampido de la cloratita. O con un paraguas abandonado junto a una sábana cubriendo el cuerpo de alguien que había salido de su casa creyendo que ya vive en un país normal.
Debe ser que esta primavera, preñada de princesas que esperan nuevos principitos, nos ha contagiado la somnolencia. Ojalá tarde en sonar el despertador.
Ainhoa Peñaflorida, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 11/5/2005