Algunos responsables policiales sitúan el número actual de etarras por debajo de 50. El camino de la derrota de ETA lo han ido construyendo los sucesivos gobiernos y todos ellos son acreedores del reconocimiento, cualquiera que sea el que certifique el final. No ha habido actuaciones mágicas, sino trabajo acumulado.
El enfrentamiento entre el PSOE y el PP sobre la política antiterrorista se ha agudizado en las últimas semanas. Influye la proximidad de la campaña electoral, que lleva a los partidos a engordar cualquier querella, y el hecho de que el terrorismo toca siempre fibras emocionales que desbordan la racionalidad y el análisis frío. En ese intercambio de reproches, algunos dirigentes del PSOE acusan al PP de no querer que sea un gobierno socialista el que acabe con ETA. ¡Ojalá fuera el actual Gobierno el que terminara con el terrorismo y si no le diera tiempo que fuera el que venga detrás, cualquiera que sea su color político!
El último ciclo de la historia de ETA hay que retrotraerlo hasta la ruptura de la tregua de los años 1998 y 1999. La banda salió en tromba de la tregua, con una gran capacidad terrorista, llevando la iniciativa. A finales del 2001, sin embargo, las fuerzas de seguridad habían conseguido frenarla y poner a ETA a la defensiva. En noviembre del 2002, la dirección de ETA hizo un “recuento de personal” (sic) de miembros de la organización terrorista en ese momento: había 517 miembros en activo, 271 de ellos encuadrados en el aparato militar, y 514 más encarcelados. En total, 1.031. Por cada etarra activo había otro en prisión. La cifra de 517 terroristas en libertad revela una organización grande, con muchos recursos humanos. Sin embargo, entonces ya estaba en situación de crisis, no conseguía atentar como quería y sufría continuos golpes policiales. La moral de los etarras se resentía: “No sabemos qué hostias pasa, pero así no podemos seguir –escribía un etarra en el 2003–. Caídas cada semana. Desde que se rompió el alto el fuego, siete compañeros muertos, ¡y cómo!, y nosotros sin muertos”.
Txeroki, en un escrito del 2008, situó la raíz del declive posterior que ha sufrido ETA: “A partir del 2002 se debilitó progresivamente la estructura en la clandestinidad (…) En los años 2000-2003 cayeron militantes con mucha experiencia militar (…) El declive que vino a partir del 2001 era lógico”. El paso de los años ha ido agudizando la debilidad de la banda hasta llegar a la situación actual. El 22 de marzo, el comandante de la policía francesa Jerôme Broglio declaró en un juicio contra etarras en París que los miembros de ETA hoy se cifran entre 50 y 100. Algunos responsables policiales españoles estiman que la cifra puede ser todavía menor. Los presos rondan los setecientos. Por cada etarra en activo hay unos diez presos.
Sea el que sea el gobierno que certifique el final de ETA, el mérito no habrá sido éxito exclusivo de ese ejecutivo. El camino de la derrota de ETA lo han ido construyendo los sucesivos gobiernos y todos ellos son acreedores del reconocimiento. No ha habido actuaciones mágicas, sino trabajo acumulado que ha ido erosionando poco a poco a la banda terrorista hasta ponerla en la actual situación de debilidad sin precedentes.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 20/4/2011