Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

Hay acontecimientos que han marcado un antes y un después en el discurrir de la política española del último siglo, el asesinato de Calvo Sotelo, por poner un ejemplo. Esta pasada semana se ha producido uno de estos hechos que podría ser una divisoria de aguas, el pacto para derogar la reforma laboral entre los grupos parlamentarios del PSOE, de Podemos y de Bildu, acuerdo firmado con nocturnidad y secretismo a espaldas de todos los que debieran haber participado en su gestación y se enteraron de su existencia por los periódicos: la CEOE, los sindicatos, el Partido Socialista y gran parte del Gobierno, notablemente la ministra de Economía, la ministra de Trabajo y el ministro de la Seguridad Social. Una tropelía de tal calibre puede responder a que sus perpetradores han perdido el juicio o a todo lo contrario, que saben muy bien lo que se traen entre manos, aunque entre ellos no haya coincidencia de propósito.

Como viene ocurriendo invariablemente desde la Transición, la izquierda, la que en cada momento lleve la batuta, y los nacionalistas, los que se vayan poniendo al frente del secesionismo en su incansable marcha de relevos, tienen un plan, una estrategia y un objetivo y la derecha, representada por la fuerza hegemónica en este ámbito en cada etapa, está a por uvas. Las razones por las que las cosas son así son fáciles de dilucidar, pero no las voy a tratar hoy porque el tema que quiero destacar es otro.

En su esquema, Pedro Sánchez es un simple instrumento, los separatistas unos eficaces compañeros de viaje y la oposición liberal-conservadora unos pipiolos que no aguantan dos bofetadas

Pese a su menguada representación en escaños, reducida a la mitad desde su arrolladora irrupción en el Congreso hace cuatro años, la iniciativa en el campo autodenominado “progresista” la desempeña Podemos porque el centenario partido socialista ha degenerado en un descarnado aventurerismo sin escrúpulos. Pues bien, Podemos tiene un diseño bien trazado de adónde quiere llevar a España, de cómo llevarla, con quién y a costa de quién. En su esquema, Pedro Sánchez es un simple instrumento, los separatistas unos eficaces compañeros de viaje y la oposición liberal-conservadora unos pipiolos que no aguantan dos bofetadas. En cuanto a Vox, le corresponde el papel del hombre del saco con el que asustar a los niños que no se dejan adormecer por sus susurrantes engaños.

El fin que persigue Podemos es diáfano y basta repasar las conferencias, los discursos y los tuits de sus dirigentes para conocerlo. Se trata, por una parte, de transformar el sistema productivo español de una economía de mercado en una economía colectivizada de planificación centralizada y, por otra, de pasar de una Monarquía constitucional y parlamentaria a una república confederal de corte totalitario. De ahí la permanente descalificación del orden del 78 y los ataques aviesos a la Monarquía, así como la adopción de medidas conducentes a destruir el tejido empresarial y a borrar del mapa a los autónomos.

Evitar la recuperación económica

De hecho, la aparición inesperada de la pandemia ha obligado a la formación morada a acelerar su calendario porque el rápido empobrecimiento de los españoles a causa de la brutal recesión y la desaparición de negocios en los más diversos sectores les ha abierto la oportunidad de incrementar considerablemente el número de personas dependientes del Estado. En este contexto, su labor se concentra en evitar la recuperación económica, lo que explica sus trabas a la reanudación de la actividad y su hostilidad al turismo, columna vertebral de nuestra prosperidad basada en los servicios. Desde esta perspectiva, la derogación de la reforma laboral en vigor es una puñalada en el corazón de nuestra creación de riqueza porque la combinación de la tremenda caída del PIB con una normativa laboral que impida a las empresas adaptarse a la coyuntura tan desfavorable que se avecina será letal para su supervivencia, arrojará al paro a siete o más millones de trabajadores y convertirá España en un erial en el que el socialismo del siglo XXI florecerá sobre los escombros.

Obviamente, Pablo Casado e Inés Arrimadas no se enteran de la película y siguen jugando gentilmente al croquet mientras Pablo Iglesias juega suciamente al rugby. El hecho de que tanto el PP como Cs sigan participando en la Comisión Parlamentaria de Reconstrucción Económica, sirviendo ingenuamente de coartada a la aviesa operación de destrucción que Podemos tiene en marcha, demuestra hasta qué punto no son enemigos para el implacable comunismo bolivariano.

Se trata, por tanto, de empobrecer a la sociedad española tanto como sea posible antes de que Bruselas imponga su férrea ley

Frente a los oscuros designios de Podemos, sólo se alza en el horizonte un obstáculo nada baladí. Para que el Gobierno pueda continuar pagando las pensiones, los sueldos de los funcionarios, el desempleo, los ERTEs y las ayudas a las PYMES y a los autónomos va a necesitar durante los próximos años no menos de 300.000 millones de euros extra que se los tiene que suministrar el Banco Central Europeo, el Eurogrupo, la Comisión y los mercados financieros. Una fracción de este volumen de dinero serán transferencias, pero el grueso serán créditos condicionados.

Desempleados desesperados

La mera suposición de que Alemania, Holanda, Bélgica, Austria y Finlandia o las Sras. Lagarde y Von der Leyen van a aflojar el bolsillo para que un partido comunista convierta un Estado Miembro de la UE de la envergadura económica y política de España en una Venezuela mediterránea entra en el delirio. Por consiguiente, la batalla de los meses venideros no se dará entre Sánchez contra Casado, sino entre Merkel e Iglesias. Como el terrateniente galapagareño es consciente de que en este combate con la canciller no aguanta ni un asalto, se prepara para hacer la revolución en la calle una vez la maquinaria europea lo obligue a dejar el Gobierno. Se trata, por tanto, de empobrecer a la sociedad española tanto como sea posible antes de que Bruselas imponga su férrea ley.

De ahí las prisas por derogar la reforma laboral, por provocar tanta huida de capitales como sea posible y la lentitud a la hora de autorizar los cambios de fase del desconfinamiento. Hay que disponer de una masa crítica suficiente de desempleados desesperados que le garanticen un puñado de escaños para continuar el asalto al paraíso pagado por el contribuyente, no faltaría más.