El debate político, el que sea, debe tener lugar en el Parlamento, debe ser público, respetar las reglas y limitarse al mandato de los parlamentarios elegidos. No es difícil de entender, ni parece una exigencia desorbitada. Si alguien cree que la mesa clandestina es mejor que nuestros parlamentos, que se moleste en exponer sus razones y trate de convencernos.
En los últimos días, EL CORREO ha publicado sendos artículos de opinión de Rafael Iturriaga (‘La Fundación para la Libertad y el proceso’) e Imanol Zubero (‘Una mesa que no es’), que cargan contra el documento sobre la Mesa de Partidos y el ‘proceso de paz’ con ETA encargado por la Fundación por la Libertad a Roberto L. Blanco Valdés, Javier Corcuera y a un servidor. Creo que no deberíamos dejar pasar la ocasión de profundizar en el asunto. Al menos, estamos de acuerdo en algo, que no es poco: la famosa Mesa es importante para todos y deberíamos hablar de ella.
¿Pero por dónde empezamos? A un observador ajeno a los hábitos polémicos dominantes por estos pagos, resumibles en que lo único importante es de quién es el dedo que señala la luna, le aturdiría el modo de analizar el documento seguido por Iturriaga y Zubero.
Iturriaga impugna el ‘procedimiento’, y Zubero, más ontológico, prefiere negar el ‘ser’ de la Mesa. Pero en ningún caso entran a fondo en lo que dice el texto que tanto les irrita, y prefieren asentar un juicio de intenciones: el documento sólo busca fastidiar a los socialistas. No es cierto. Iturriaga afirma que un hecho citado de paso, que el PSE apoya la Mesa de Partidos, es rotundamente falso. Zubero, pasando de la ontología a la profecía, prefiere negar la mayor y la conclusión: «esta mesa no existe, ni puede existir». Pero coinciden en que el documento está compuesto de un 90% o más de obviedades que no tendrían inconveniente en suscribir. Insólito. Iturriaga y Zubero se lastiman con su propio fervor demoledor: ¿cómo podrían suscribir tales obviedades si, como dicen, se basaran en hechos falsos? Como es sabido, un enunciado (por ejemplo: la Mesa es antidemocrática) no puede ser obvio y falaz simultáneamente. Una de dos, si el enunciado es falaz entonces no es obvio, y además contamina al razonamiento apoyado en él, pero si es obvio entonces es verdadero, fundamentando un razonamiento contrastable y con sentido. Por otra parte, es ilógico e irracional sostener que un documento consistente en un 90% de verdades obvias pueda concluir en una falacia. Eso no es posible. Llegados a este punto, debo agradecer el exagerado elogio de que nuestra modesta reflexión sea tan verdadera, aunque entonces vuelve a resaltar el disparate de que ataquen el documento por carecer de argumentos; a saber qué entenderán por ‘argumentos’. Apenas me atrevo a preguntarlo.
Vayamos a las supuestas falacias. Según Iturriaga, la alusión al apoyo socialista a la Mesa es una «falsa y malévola referencia al Partido Socialista». Casi nada. Pero lo que el informe dice exactamente es esto: «Las siguientes páginas recogen una reflexión sobre el origen, utilidad y naturaleza política de la ‘Mesa de partidos’ que, según los portavoces de ETA, de los partidos nacionalistas vascos y también del partido socialista, será la nueva entidad encargada de solucionar los problemas políticos pendientes que habrían impedido, hasta el día de hoy, conseguir la paz». Y un poco más adelante: «Unas veces ETA ha reclamado una mesa y otras, como ahora, dos mesas más o menos simultáneas. Unas veces lo ha exigido en solitario, otras con el apoyo de los demás nacionalistas y ahora con apoyo socialista». El asunto desaparece en las doce páginas siguientes.
¿Es verdad o no? Pues bien, esa verdad invocada con tanta suficiencia («aunque la creación de apariencias verosímiles como sustitutos de la verdad sea una práctica tan extendida en el lenguaje político y en los medios de comunicación que termina por cansar hasta que de la habituación colectiva surge una espuria legitimidad») muestra más bien que, de haber alguna falsedad, radica en la protesta de Iturriaga. El documento de enero de 2006 de la Ejecutiva socialista vasca, ‘Euskadi 2006: hacia la libertad y la convivencia. Documento del PSE-EE sobre pacificación y normalización’, dice entre abundantes afirmaciones de parecido tenor: «esa Mesa que todos coincidimos en reclamar. Creemos que es un instrumento necesario. Así lo hemos recogido en nuestros documentos desde hace tiempo». Se podrá decir de otro modo pero no más claramente, y es de agradecer. Si a Iturriaga le indigna que el PSE apoye la Mesa de Partidos, debería protestarle a Patxi López. No es honesto que culpe a terceros de las decisiones de su partido.
Las objeciones de Zubero no son más afortunadas. Afirma que el documento «contiene un alto porcentaje de obviedades ( ), pero que se construye sobre una afirmación absolutamente falaz». Hemos visto que ésto es imposible, pero veamos su falacia: que la Mesa no existe ni puede existir. El documento tampoco dice si es un objeto real o hipotético, así que quizás confunda nuestra Mesa con otra, porque éstas y sus respectivos documentos han proliferado de modo extraordinario, especialmente por los espacios eclesiásticos de Euskal Herria. Conviene recordar que se han publicado informaciones como que la Mesa se ha estado reuniendo en el santuario de Loyola, y que ha suspendido sus trabajos hasta que Batasuna cambie de actitud. Imaz lo ha ratificado, y ningún portavoz socialista ha desmentido estos asertos. Sin ir más lejos, EL CORREO ha publicado este año -y esto es encomiable- ¿483 informaciones sobre ella! Demasiado para una criatura imaginaria, ¿no creen?
A continuación, Zubero lamenta que «ni el Gobierno ni los partidos vascos favorables a la creación de la mesa han sabido argumentar su apuesta». Recuperados del estupor de que se deba argumentar a favor de algo inexistente, ¿sugiere nuestro severo crítico que los ciudadanos esperemos sentados a que el mueble salvador cumpla sus funciones, extraparlamentarias y antiparlamentarias, para opinar sobre sus efectos cuando ya no tengan remedio?
Me temo que el documento molesta más por existir que por sus argumentos. Contribuye a abrir un debate que amenaza la pretensión de negociar con ETA acuerdos inconstitucionales y antidemocráticos, falazmente presentados como el camino de la paz. Lo que decimos es, ciertamente, obvio: el debate político, el que sea, debe tener lugar en el Parlamento, debe ser público, debe respetar las reglas y debe limitarse al mandato de los parlamentarios legalmente elegidos. No es difícil de entender, ni parece una exigencia desorbitada. Si alguien cree, sin embargo, que esa mesa clandestina es mejor que nuestros parlamentos, que se moleste en exponer sus razones y trate de convencernos a los que nos oponemos. Vistas las dificultades de algunos para argumentar sin hacerse un lío y sin condenar intenciones de modo preventivo, se entiende que hagan llamamientos a la fe en los líderes visionarios y a delegar en su inspirada sabiduría las decisiones que, en las democracias, competen y conciernen a los ciudadanos corrientes y a las instituciones políticas del Estado de derecho. Y esto último es lo que la Mesa de Partidos pone en peligro. Hablemos de esto, por favor.
Carlos Martínez Gorriarán, EL CORREO, 10/12/2006