Javier Caraballo-El Confidencial

Se va la estrella argentina del Barça en un momento en el que todo comienza a descomponerse en el club, después de haber hecho el ridículo en Europa, igual que le ha ocurrido al ‘procés’ 

Los mejores años de Messi han sido también los mejores años del independentismo catalán, de forma que el paralelismo tenía que guardar la simetría incluso en este final abrupto, la contundencia de una sentencia judicial que acaba con el separatismo y la frialdad de un burofax que cierra la etapa en el Barça del mejor jugador del mundo. Se va la estrella argentina del Barcelona en un momento en el que todo comienza a descomponerse en el club, después de haber hecho el ridículo en Europa, igual que le ha ocurrido al ‘procés’ independentista, en plena decadencia tras su estrepitoso final, que solo ha dejado una sociedad enfrentada y una decena de políticos sediciosos en la cárcel.

Como han hecho tantos esfuerzos por identificar el éxito del Barça con el vigor independentista, la salida de Messi, de esa forma, puede influir en el ánimo de una forma decisiva, como la gota que colma el vaso de las mentiras que se han engordado durante tantos años. Es verdad que la mayoría de los barcelonistas siempre ha rechazado la mera vinculación del club con el independentismo, como hizo Joan Manuel Serrat cuando escribió aquella carta, en el otoño de la revuelta independentista, en la que se mofaba sutilmente de la matraca catalana y centraba su interés en la renovación de Messi: “Pido disculpas por atreverme a aparcar por un breve rato el tema del ‘prucés’ que en todas sus posibles formas y modalidades ha ocupado nuestros periódicos, tertulias, telediarios e inclusive programas del corazón (…) Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema, como decía James Joyce”. Genial.

Fue, precisamente, a raíz de aquel contrato de Messi que tardó demasiado tiempo en firmarse cuando se conoció que el futbolista argentino había incluido una cláusula en la que la entidad aceptaba que el jugador quedaba libre en el caso de que Cataluña declarase la independencia. No fueron pocos los esfuerzos por silenciar, o minimizar, aquella noticia que, una vez más, suponía un jarro de agua fría sobre la realidad distorsionada y falsa que durante años se había estado trasladando a la sociedad, en el sentido de que toda la comunidad internacional aplaudiría que Cataluña se convirtiera en una república y que, por supuesto, los principales intelectuales y artistas respaldarían la independencia.

La importancia de un leve gesto de Messi hacia el soberanismo catalán hubiera sido decisiva y, por eso, los líderes independentistas hablaban siempre como si Messi fuese uno más de la causa, el líder absoluto e indiscutible de una entidad como el Barcelona, convertido ya en un pilar fundamental del ‘procés’ soberanista. Como dijo Guardiola, enfático, en los años de la ‘hoja de ruta’, “por supuesto que el Barcelona debe jugar un papel importante en el ‘procés”. Bartomeu lo hizo, se plegó a muchas de las exigencias del independentismo, pero, como siempre sucede en estas cosas, luego surge alguien más independentista, con más pureza de sangre, que aspira a quedarse con la poltrona, que es la operación que está en marcha para convertir el Fútbol Club Barcelona en un organismo independentista.

Uno de esos cómicos de la televisión autonómica catalana que hacen tantos chistes a favor de la causa bromeaba hace tiempo con la necesidad que tenía Puigdemont de recibir un gran apoyo internacional, a la vista de que pasan los meses, y pasan los años, y cada vez genera menos expectación y ofrece menos interés. En aquella broma, los cómicos barajaban varias alternativas y, al final, se decidieron por la más eficaz: convertir a Messi en político independentista y que, posteriormente, acabara también entre rejas; con ese impacto mundial, Puigdemont podría recobrar todo el protagonismo perdido, decían. Era una broma, pero solo porque el futbolista ha rechazado cualquier vinculación con el independentismo en todo momento, incluso con acciones que, de haber sido otro, se hubieran entendido como una provocación.

Como el día en que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, le concedió la cruz de Sant Jordi en reconocimiento a aquellas personas que “han prestado servicios destacados a Cataluña en la defensa de su identidad, especialmente en el plano cívico y cultural”. Eso ocurrió en mayo del año pasado y en aquel acto, abarrotado de independentistas, la estrella central era Messi. Llegaron los discursos encendidos y luego los gritos a favor de los presos, con todo el auditorio aplaudiendo menos Messi, que permaneció inmóvil. Por mucho menos, a otra persona lo hubieran saboteado al instante por ‘botifler’, pero era Leonel Messi, la estrella del Barça, el buque insignia del independentismo.

Fue el colega Arcadi Espada, brillante y provocador, el primero que estableció, en una entrevista de hace unos años, una vinculación entre el futbolista y la causa independentista: “Está clarísimo el paralelismo entre los éxitos deportivos y el ‘procés’. Un equipo que llevaba 300 años perdiendo de repente empieza a ganar de forma apabullante con el mejor jugador que ha habido en el mundo, y eso llevó a una ficción colectiva. La gente que celebraba en las calles la Champions se creyó que la independencia era como ganar la Champions”.

Ahora que el Barça ha caído en la Liga de Campeones como ha caído, ahora que Messi ha dejado el club como lo ha dejado, es el electorado del independentismo catalán el que tiene que aprender la lección de lo ocurrido, la estrepitosa caída de todas las metas y todos los mitos que les inculcaron y que nunca existieron. La parábola se resume en una sencilla formulación: Messi es al catalanismo lo que Bartomeu al independentismo. Se va Messi, que es el que garantizaba los triunfos, y se queda Bartomeu, que pasará a la historia como uno de los peores presidentes del Barcelona. Se fue el catalanismo, el nacionalismo pragmático del que tanto beneficio ha sacado Cataluña históricamente, y se queda el independentismo yermo de gestión, de gobierno, consumido en su propia propaganda, ya cansada y cada vez más agotada.