Ignacio Camacho, ABC 25/11/12
Fue ante Angela Merkel donde Rajoy se dio cuenta de las verdaderas dimensiones estratégicas del conflicto catalán.
No fue hasta mediados de octubre, durante el congreso del Partido Popular Europeo en Bucarest, cuando Mariano Rajoy tomó verdadera conciencia de las dimensiones estratégicas del conflicto de Cataluña. Hasta entonces había dado, con su característica cachaza, en considerarlo un asunto de orden relativamente secundario comparado con la crisis económica y financiera del Estado. Una «algarabía» artificial, como dijo en TVE, amplificada por la marea emocional soberanista y la ruidosa volatilidad de la política y la opinión pública españolas. Pero en Bucarest, durante un encuentro bilateral con Angela Merkel, vio cómo ésta desdeñaba su relato sobre las medidas de ajuste y recomposición del déficit para centrarse con severo interés en la «cuestión catalana»: quería saber hasta dónde podía llegar el problema y cuáles eran las posibilidades reales de secesión. De aquella cita el presidente sacó en claro una conclusión alarmante: nadie en Europa iba a prestar dinero ni ayuda a una nación en peligro de ruptura.
A partir de ese momento se produjo un punto de inflexión en la respuesta de perfil bajo aplicada por el Gobierno a la campaña electoral. El discurso de defensa de la unidad española cobró énfasis —con varias intervenciones claves del propio Rajoy— mientras se movían hilos diplomáticos para que las instituciones europeas bajasen con contundencia la persiana a la quimera nacionalista de convertir Cataluña en una nueva estrella de la bandera azul. Hubo llamadas a empresarios significativos en busca de alianzas para presionar a un Artur Mas lanzado en su deriva mesiánica. Se intensificaron los contactos bajoradar con el PSOE. Y el debate de la secesión, monopolizado por el soberanismo, encontró en líneas generales un contrapunto de mayor firmeza hasta transformarse durante la última semana en una espesa denuncia contra la corrupción de la cúpula de CiU.
La eficacia de esa contraofensiva tardía se verá esta noche en el recuento de votos. Pero la jornada electoral es sólo un final de etapa, aunque importante, para determinar la correlación de fuerzas en el proceso ya inevitable de dialéctica entre las instituciones catalanas y el Estado. Reconducido por la vía del diálogo ese proceso puede desembocar en una revisión, acaso necesaria, del modelo autonómico en su conjunto, gravemente lastimado por la inviabilidad financiera. Si, por el contrario, la intransigencia nacionalista y el empeño en consumar el trayecto de secesión terminan provocando un choque frontal, es preciso que el Gobierno disponga cuanto antes de un plan de contingencia en torno a un mapa ramificado de posibilidades. Del resultado de hoy puede depender en gran medida el alcance de la determinación soberanista. Un análisis histórico responsable obligaría a situarse, siquiera de forma teórica, en la peor de la hipótesis porque ahí es donde puede acabar esta desquiciada aventura.
Ignacio Camacho, ABC 25/11/12