ANTONIO RIVERA-EL CORREO

El pasado es un país extraño; allí hacen las cosas de otra manera» (L. P. Hartley). Urkullu ha propuesto volver a la soberanía de los vascongados anteriores a 1839. El concepto de soberanía de un lugareño o de un territorio de entonces nada tiene que ver con el nuestro. Hablar de «peculiar sistema democrático-representativo» es un anacronismo y un desafuero. Es hablarles a las gentes de hoy con palabras que ayer no significaban lo mismo. Es la anterior «nación foral» del lehendakari, un oxímoron perfecto que mezcla dos conceptos pertenecientes a momentos históricos encontrados: antes o después de la revolución liberal que acabó con los fueros de tantos territorios europeos (no solo de los vascos) y que inauguró la nación de los ciudadanos.

Es posible que Urkullu sea de la opinión de Sabino Arana respecto de la historia. Decía el ‘inventor’ del nacionalismo vasco en un comentario negativo a la obra de Labayru que a éste «no le guía el patriotismo, sino el amor a los estudios históricos. Su obra no es una ofrenda a la Patria, sino meramente un material que aporta al edificio de la historia universal». Fruslerías de eruditos. Pero el lehendakari es en este punto un ignorante funcional. Se maneja en la metaforalidad, un concepto que acuñaron historiadores como Javier Corcuera o Mari Cruz Mina para indicar cómo en la modernidad cada uno entendía lo foral a su gusto y manera. En 1917, por ejemplo, nacionalistas y carlistas se unieron en pro de la reintegración foral, aunque con criterios enfrentados.

¿Para qué sirve la metaforalidad hoy? ¿Para qué sirve una referencia histórica tan obscenamente falseada? Para que cada cual la entienda como quiera y así asentemos una vía que, por un lado, aparca un pulso para el que no hay mayorías ni ocasión, el llamado derecho a decidir, y, por otro, apuntala una relación bilateral con el Estado llevándola de alguna manera al propio BOE (y a la cultura política cotidiana). Es el ‘no nos haremos daño’ del chiste: yo no te saco una iniciativa incómoda y tú me dejas hacer. El socio no le hará ascos porque La Moncloa sigue siendo más importante que el caserío y los hachebitas se conformarán con vocear, sabiendo que no hay más cera que la que arde. Ganamos tiempo y todos contentos.

El problema es qué puedan pensar los demás españoles. La bilateralidad es hoy como la foralidad ayer: no es una especialidad vasca; todo el mundo tenía algo de eso hasta hace un par de siglos. Si la tienen los vascos, ¿por qué no la van a ambicionar los demás? Y, entonces, España será un puzle ingobernable y escasamente eficaz. Y, ¿para qué sigue sirviendo un Estado en el siglo XXI? Para defender la identidad común de los que se consideran nacionales de él y para servir de instrumento en la competición mundial por los recursos. ¿Sería de utilidad un Estado español de esa guisa, cosido mediante bilateralidades acumuladas? ¿Le serviría entonces de algo a Euskadi ser otra más de esas? Salvo que todos los españoles acepten que volvamos a ser provincias privilegiadas, que creo que no están por la labor, la excursión, otra más, solo va a generar melancolía y pérdida de energías. Aunque, mientras tanto, facturan.