JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Una vez los merodeadores de tumbas recoloquen los restos, encontrarán otras formas de mantener vivo el recuerdo de su derrota

La derecha optimista pensaba que el PSOE se iba a calmar un poco en cuanto ganara la Guerra Civil en su universo paralelo. Dados los socios que se ha buscado para decorarlo, el universo paralelo de Sánchez y su burbuja político-mediática bien podría ahorrarse una letra. Así que tendríamos el Metaverso global de Zuckerberg y el Etaverso doméstico de Sánchez-Otegi.

La derecha pesimista, que en general es la más realista y la más liberal, sabe que el PSOE tiene un problema irresoluble con su siniestro juego de realidad virtual, o más bien con su sentido, con su misión: ahí ‘ganar’ consiste en perder una y otra vez, dando la sensación a cuantos se ponen el traje, los guantes y las gafas pertinentes de un eterno retorno de la derrota. ¿Qué victoria es esa? Solo la del victimismo extemporáneo, que no parece muy estimulante, aparte de ser falsa de toda falsedad, pues, como aquí quedó dicho, la ideología no se hereda. En realidad, la obligación intelectual y moral de un hombre cabal es deshacerse de toda ideología y quedarse con un ideario. Una ideología tiene pretensiones omniexplicativas: es una cómoda visión general que exime de estudio y de lecturas, una ridícula simplificación de lo complejo, un atajo para poder sentar cátedra sobre cualquier asunto manejando cuatro términos que impresionan a los simples.

La derecha optimista cree que después del actual trasiego de cadáveres esta izquierda nuestra se ocupará de otras cosas y tendremos la fiesta en paz. Craso error. No han entendido nada. Una vez los merodeadores institucionales de tumbas recoloquen los restos, encontrarán otras mil formas de mantener vivo el recuerdo de su derrota. Y es en este ‘su’ donde radica la mitad de la gran mentira. Se ha dicho un millón de veces y aún no lo han pillado: en las guerras civiles todos pierden. Otrosí digo: el PSOE de Rodolfo Llopis, el de los que conservaron las siglas en el exilio sin mantener apenas presencia en el interior, no guarda con el PSOE de Felipe González más continuidad que la del nombre. Eso lo supo antes que nadie el propio Llopis, que regresó al exilio ya en democracia. Desde entonces, la suplantación de identidad la ha conocido cualquiera que se haya detenido a estudiar la historia del partido, la ruptura de Suresnes en el 74 y la operación de toda la socialdemocracia europea, más la CIA, para impedir, en cuanto llegara la democracia, el triunfo electoral del PCE, única resistencia real ininterrumpida y con implantación interna.

La derecha pesimista es muy consciente de la razón última de una aparente paradoja, el empeño sanchista –y antes zapaterista– en identificarse con el partido de Largo Caballero, Prieto, Negrín, Galarza y García Atadell, con lo que arrastran esos personajes: es la única forma de que se perciba a la derecha, impecablemente democrática ya sea optimista o pesimista, con los rostros de Franco y Queipo de Llano.