Rebeca Argudo-ABC
- Nos han intentado convencer de que solo sí es sí y yo te creo, hermana, y aquí no hay más que hablar
El esquizofeminismo, esa facción ultra de un movimiento que en tiempos fue loable y de la que Irene Montero (señoradé y eurodiputada) es máximo exponente en nuestro país, se compone de pensamiento mágico con un chin de purpurina y otro poco de histeria uterina. Lo puede comprobar fácilmente cualquiera con sus habilidades congnitivas intactas cuando guste. Es tan fácil como asomarse a la pequeña pantalla (no lo aconsejo) y observar las reacciones de cada nuevo espécimen, algunos surgidos al calor del amancebamiento, como se observaba en la infancia el botecito de los bichos: con entomológica curiosidad y libres de prejuicios. Aconsejo prudencia y mesura. El otro día, en uno de esos programas, indistinguibles entre ellos, que son el ecosistema natural de estos ejemplares (parece que hablo de un documental sobre naturaleza salvaje, y es que casi) hablaban del caso de la futbolista Mapi León, que tocó sus partes íntimas sin consentimiento durante un partido a la jugadora Daniela Caracas. Una de las expertas todólogas, una morena guapetona, ‘mocatriz’ (ese hallazgo lingüístico de Ojete Calor para designar a un espécimen de señorita que lo es todo: modelo, actriz y cantante, y presentadora, y azafata, y), explicaba, con el engolamiento del que está explicando algo muy sesudo que no admite discusión alguna por las evidencias científicas que lo avalan, que «es un gesto desagradable y macarra», pero que «es muy distinto cuando es un hombre el que toca los genitales a cuando es una mujer porque hay una violencia real y estructural de hombres hacia las mujeres que no las hay entre dos mujeres». Esto, además de darnos la medida de la capacidad de la morena (perdonen que no recuerde el nombre y que mi interés por conocerlo sea tendente a cero) para entender la complejidad y multifactorialidad de ciertos problemas sociales, acaba de un plumazo con uno de los argumentos que ha esgrimido el propio esquizofeminismo desde que anda zascandileando por el mundo (y los medios y las instituciones): que lo importante es cómo se siente la víctima. Nos han intentado convencer de que la intencionalidad, la torpeza o el equívoco no son importantes. Que solo sí es sí y yo te creo, hermana, y aquí no hay más que hablar. Ahí tenemos a un Errejón declarando por abusos porque pensó que el hecho de que una señorita con quien mantenía conversaciones picantes (y que fue a verlo a una presentación, que se lo llevó a una fiesta privada, se metió con él en una habitación, se magrearon, se fue con él en taxi a su casa después de todo y con una hija enferma y a las tantas) quería tema. O Rubiales, por estamparle un beso en la boca en plena celebración y exaltación de la amistad a una jugadora a la que luego, por lo que fuera, ya no le pareció tan inocente. Lo importante y determinante era cómo se sintieron (agredidas, ultrajadas, abusadas). Pero si es una mujer la que agrede a otra, dice la morena, da igual cómo se sienta esta de violentada. Que tampoco es para tanto y, oye, pues que no se hubiese puesto minifalda.