ABC 06/12/16
IGNACIO CAMACHO
· Cuidado con los referendos en tiempos de antipolítica. La Constitución sería lo de menos en una confrontación abierta
LA primera lección del referéndum italiano consiste en que una reforma constitucional jamás se debe emprender sin consenso. La segunda es que en los tiempos de la antipolítica no conviene desafiar al populismo ni darle oportunidades en el terreno que mejor domina: la calle. Ambos errores de arrogancia los cometió Renzi, añadiendo un tercero: convertir la consulta en un plebiscito expreso sobre su propia continuidad, lo que equivalía a movilizar para echarlo a todos los que estaban en contra de su Gobierno.
Importa la cuestión en un momento en el que, como siempre por estas fechas desde hace quince años, se debate en España la posibilidad de abordar un proceso de enmienda de la Constitución. Hacerlo sin una idea exacta de lo que se quiere cambiar equivale a abrir la caja de Pandora; no sólo se necesita un consenso de entrada, fácil en tanto gire sobre la propia necesidad de la reforma, sino otro de salida respecto a lo que hay que modificar y lo que no se toca. Las reglas del juego han de estar claras desde el principio: esto sí, esto no. De lo contrario, sucederá de modo inevitable lo que en cualquier obra doméstica, que se sabe cómo empieza, pero no cómo acaba. El célebre síndrome de «ya que estamos» suele terminar en una vivienda casi de nueva planta.
Sucede además que 35 diputados, la mitad de los que tiene Podemos, pueden pedir un referendo de convalidación aunque sólo varíe una coma del articulado. Este detalle obliga a contar con la izquierda radical o enfrentarse en las urnas a su frente de rechazo. Conocido su escaso aprecio por la Carta Magna, no le resultará difícil encontrar motivos de discrepancia y apelar al voto negativo para expresarla. Es una hipótesis de seria evaluación aunque el bloque constitucionalista garantizase una mayoría clara. Una Constitución reformada al margen de Podemos tendría un significativo déficit de respaldo, pero el precio de su acuerdo tal vez resulte demasiado alto. Sin ellos, mal; con ellos, acaso peor. El populismo no va a colaborar en ninguna operación de supervivencia de este régimen porque no tiene otro objetivo final que su destrucción.
Así las cosas, el ejemplo italiano invita a extremar la prudencia. El sistema no puede ofrecer a sus adversarios ningún flanco por el que abrir brecha. Renzi se equivocó al medir su fuerza; el territorio de la postverdad, el de los relatos emocionales, siempre otorga ventaja al oportunismo de los falsos profetas. La Constitución en sí sería lo de menos en una confrontación referendataria abierta; saldrían a relucir la Corona, el modelo territorial, los derechos sociales, cualquier cosa que sirva para movilizar la resistencia. Antes de meterse en obras de albañilería jurídico-política es menester un proyecto de la reforma entera. Lo que no tendría sentido es que unos se pongan a revocar la fachada del Estado mientras otros se aplican a ensanchar las grietas.