La compañía de un demócrata siempre será preferible a la de un terrorista, pero es preciso admitir que el primero puede mentir y el segundo decir la verdad. Y viceversa. Es verdad que la mentira, cuando se descubre suele salirle más cara al demócrata. Afearle a un terrorista que mienta sería como reprocharle a Aníbal, el Caníbal, que se muerda las uñas.
Durante su comparecencia para anunciar la disolución de las cámaras y la convocatoria de elecciones, el presidente del Gobierno corrigió el lunes unas declaraciones suyas de la víspera y aclaró que lo que él autorizó después del atentado en la T-4, en diciembre de 2006, no fueron negociaciones con la banda terrorista propiamente dichas, sino «intentos» de diversas instancias internacionales para evitar que se rompiera el alto el fuego.
El problema subsiste íntegro tras la aclaración, porque aquel 30 de diciembre, el presidente Zapatero se dirigió a los medios para decirles: “He ordenado suspender todas las iniciativas para desarrollar el diálogo…Con violencia no hay diálogo, ningún tipo de diálogo… y, no hay dos sin tres, «Hasta que en el futuro exista una voluntad inequívoca [de renunciar a la violencia] no habrá ninguna posibilidad de diálogo».
El presidente ha faltado a la verdad a los españoles en un asunto relevante, lo que constituye una forma piadosa de decir que tiene los labios manchados de mentira. Durante todo este tiempo, decenas de ministros y portavoces socialistas afeaban la conducta a quienes preguntaban por las turbadoras revelaciones de ‘Gara’: ¿A quién prefieres creer, al periódico amigo de los terroristas o al Gobierno?
Era una pregunta inadecuada que llevaba forzosamente a una respuesta errónea, un diálogo como los del célebre método Ollendorf para el aprendizaje de idiomas: ¿Es más alto tu cuñado que mi hermano? No, pero el jardín de mi tía es más grande que el taller de tu sastre, diálogos aparentes para aprenderse los comparativos y superlativos, pero escasamente operativos desde el punto de vista epistemológico. La compañía de un demócrata siempre será preferible a la de un terrorista, pero es preciso admitir que el primero puede mentir y el segundo decir la verdad. Y viceversa. Es verdad que la mentira, cuando se descubre suele salirle más cara al demócrata. Afearle a un terrorista que mienta sería como reprocharle a Aníbal, el Caníbal, que se muerda las uñas.
Santiago González, DIARIO DE NAVARRA, 16/1/2008