- Curioso que quien no puede pisar una acera sin un ejército de escoltas por temor a que lo abucheen presuma de su termómetro sociológico callejero
De cuando en vez, los Reyes bajan a Madrid y acuden a cenar a su aire en algún restaurante de su agrado. Lógicamente existe un dispositivo de seguridad, pero es ligero, discreto. Los paseantes pueden verlos de cerca y la reacción del público es siempre cordial: una mezcla de curiosidad, sonrisas, algún aplauso y, por supuesto, el inevitable móvil en ristre.
Un domingo a la hora de comer, paseaba con unos amigos por Ponzano, una calle de tapeo de Madrid, y pasó por la acera de enfrente Feijóo con su mujer y su hijo. Iban solos caminando. No llevaban ni un escolta.
Cuento lo anterior para ubicarnos y que se entienda que los despliegues putinianos que organiza Sánchez cada vez que pisa una acera no son normales. Este miércoles acudió al Instituto Cervantes en Madrid para explicar su plan de gobierno para los próximos tres años. En los países normales esas alocuciones se ofician en el Parlamento, que para eso está. Aquí, en Sanchistán, se organiza un show propagandístico en el Instituto Cervantes ante 15 ministros, a los que se aparta de su trabajo para que hagan de palmeros del líder supremo. Sánchez se presentó protegido por seis furgonetas de la policía, una treintena de agentes de paisano y varias berlinas oficiales rodeando la suya. El tipo de boato que reconforta a los sátrapas.
En su discurso regaló varias necedades del catálogo habitual (como llamar «coalición progresista» a una entente con los comunistas, con la marca de ETA y con dos partidos separatistas catalanes de ramalazo xenófobo). Con su mujer y su hermana imputados, el fiscal general a punto de caramelo y el caso de su examigo Ábalos en ebullición, tuvo el cuajo de manifestar que «donde antes había corrupción ahora hay limpieza». Y las vacas vuelan y Metallica canta gregoriano.
Uno de los momentazos llegó cuando nos explicó que en España, en contra de lo que sostiene la malévola fachosfera, no existe polarización alguna en la sociedad. ¿Y cómo lo sabe Sánchez? Pues por su experiencia personal de este verano, por lo «vivido y respirado en las terrazas, en las playas, en las montañas o en los restaurantes». Pero Querido Líder, guárdate un poco, hombre, que te estás lanzando en plancha a la piscina del ridi… Es del dominio público que no puedes pisar una tasca, una terraza o un restaurante en ningún lugar de España, salvo que se cierre para ti previamente el local. Si quieres andar por la calle te tienes que largar con la imputada a Marruecos o Andorra, porque en el país que presides indefectiblemente te aguarda algún abucheo, crítica, gesto de desdén o insulto. ¿Y por qué? Pues es fácil: porque has sido el presidente más divisivo, faltón, narcisista y engreído y mendaz de nuestra democracia (y no son epítetos, son hechos) Y el público, que no es la grey imbécil que presuponéis, anota y espera.
En un rapto de jerga chavista, Sánchez dejó además otra perla, elaborada por el laboratorio de la Moncloa. Anunció otra vuelta al torniquete fiscal bajo el lema de que quiere «más autobuses públicos y menos laborghinis». Demagogia zafia, pero que al menos refleja muy bien lo que es el socialismo que nos está imponiendo. Sánchez aspira a hacernos más pobres, en lugar de ofrecernos la posibilidad de prosperar y llegar a ricos.
Aspira a que seamos rehenes del subsidio del Estado. Aspira a una igualación a la baja –excepto para los jerarcas del régimen–, un reparto de mediocridad. Aspira a que odiemos a todo aquel que ha prosperado con su esfuerzo e ingenio. Aspira a una fiscalidad confiscatoria, que ya ha implantado, para que nuestras vidas dependan cada vez más del asistencialismo del Estado (y por tanto del poder que él encarna). Llamándose «progresista» hasta el empalago, aspira a que no progresemos. Aspira a un país conformista, holgazán, envidioso y subvencionado. Aspira a imponernos una suerte de peronismo, en un país con su cohesión territorial deshilachada y sus instituciones tomadas por un poder omnímodo e híper intervencionista.
En España solo se venden 46 lamborghinis al año. A mí me encantaría que fuesen miles, pues indicaría que en este país las cosas van viento en popa para muchos empresarios y creadores, con la consiguiente generación de empleo. Pero claro, a diferencia de nuestro eximio gobernante, presento una imperdonable tara: me temo que no soy socialista.