REBECA ARGUDO-ABC

  • La tapicería de los asientos me hizo sentir como un Oscar Wilde moribundo frente al papel pintado de su habitación: o se va él o me voy yo

Por razones que no vienen al caso (los culpables de ello ya sabrán quién son sin necesidad de oprobio público), el otro día perdí el Euromed de Barcelona a Valencia y acabé comprando un billete de última hora (una urgencia es una urgencia) en un regional. Sin que mediara voluntad alguna por mi parte, el reloj de mi móvil retrocedió hasta 1978 (año arriba, año abajo) y las siguientes cinco horas y media de mi vida fueron en blanco y negro y olieron a sopas de ajo. Tuve que asegurarme de que mi ‘trolley’ verde limón no había mutado en maletita de cartón llena de sueños. Por supuesto, los asientos no eran asignados, así que tuve que conformarme, tras ser adelantada por todo el club de la tercera edad de Santa Coloma de Gramanet y tres señores con prisas, con un asiento en pasillo y de espaldas. Ni rastro de vagón silencio, de ‘wifi’ o de un simple enchufe para cargar el móvil. A los baños no quise ni acercarme: solidarícense con mi drama. La tapicería de los asientos me hizo sentir como un Oscar Wilde moribundo frente al papel pintado de su habitación: o se va él o me voy yo. Que mi compañero de asiento se apropiase del reposabrazos compartido y se descalzara no ayudó. A las dos horas y cuarto, además, sacó un ‘tupper’ de arroz con cosas que apestaba a rayos y a comino. Me sentí un poco Paloma Cuevas en los baños de una estación de autobuses y seguro que esta afirmación es clasista, machista, racista y homófoba, como poco. Pero yo aquí vengo a la tecla a contarles que, como sociedad occidental (con sus cosicas), nos merecemos otro servicio ferroviario. Uno, no mejor, muchísimo mejor. Y si para eso tengo que cometer un microfascismo como este, pues lo cometo. Porque es por un bien superior y común: unos trenes que no nos den ganas de llorar y de ir andando, de la estación de Sans a la del Norte, de rodillas y rezando el rosario, antes que subida en ese potro de tortura.

A lo mejor el ministro Óscar Puente, en lugar de declararle la guerra a las compañías que ahora también operan en España a precios más que competitivos y servicio muchísimo mejor, podría preocuparse de traer al siglo XXI esos trenes. Miedo me da la posibilidad, espero que remota, de que salga adelante aquella ocurrencia de Yolanda Díaz (Teletubbie de ‘Black Mirror’, como la ha bautizado el gran Fernando Navarro) de prohibir los vuelos nacionales cuando haya una alternativa ferroviaria de menos de cuatro horas.

A mí, de momento, si me buscan porque urge no lo hagan en un regional. Ya les digo yo que no me encontrarán. Que tengo trauma y todavía sueño con la voz de la grabación que anuncia las paradas. Todas. Una detrás de la otra: Altafulla-Tamarit, Tarragona, Vila-Seca, Cambrils, L’Hospitalet De L’Infant… Y encima cuando me despierto, temblorosa y con sudor, aún pienso: y menos mal que no ibas a Extremadura, Rebe.