PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC
- Los partidos priman la fidelidad, la disciplina y la mediocridad. El talento es expulsado. Por eso, no dimite nadie
Fue Max Weber quien introdujo la distinción entre la ética de las convicciones y la de la responsabilidad. La primera apela a principios morales, la segunda incide en las consecuencias de las decisiones. Ábalos ha invocado los dictados de su conciencia para eludir su responsabilidad política ‘in vigilando’ de las actuaciones de Koldo García.
El PSOE se ha saltado formalidades como no comunicar por escrito su ultimátum y pedirle que renunciara al acta pese a no estar imputado, algo que contradice sus estatutos. Pero no se le puede reprochar a la dirección del partido su exigencia de dimisión al exministro, absolutamente justificada.
Ábalos se ha defendido con los argumentos de que era víctima de una cacería, que no hay ningún reproche en el sumario y que la dimisión le hubiera convertido en un «apestado». Pero no ha aportado ninguna razón que le exima de esa responsabilidad política que contrajo por la conducta de su subordinado.
Trascendiendo este asunto, se constata la fuerte resistencia que existe en los partidos a asumir responsabilidades por los errores, sean por acción u omisión, cometidos en el cargo. Dirigentes como Hernández Mancha, Guerra y Casado se resistieron a dimitir y tuvieron que hacerlo tras sufrir un enorme desgaste.
Rodrigo Tena acaba de publicar un libro titulado ‘Huida de la responsabilidad’ en el que aborda las resistencias y las excusas para aferrarse a los cargos. Muchos políticos se escudan en la segmentación de las funciones, en el aparato burocrático, en la obediencia debida y en otros motivos para no pagar cuando se equivocan.
Hay sin duda también un miedo a perder el ‘status’ y las prebendas del poder, a convertirse en un marginado en los círculos sociales y a quedar señalado de cara a una futura ocupación. Dejar de ser ministro o diputado es exponerse a la intemperie.
Y esto remite al asunto esencial: que la política se ha convertido en un oficio y en un modus vivendi. Dicho con otras palabras, se ha profesionalizado. Se es político como se es médico o arquitecto. Pero con la diferencia de que muchos de quienes tienen que abandonar el escaño o el asiento en el Consejo de Ministros carecen de una formación para ganarse la vida en el mercado laboral.
La política fue hasta avanzado el siglo pasado una elección de las personas para defender ideas. Hoy, salvo contadas excepciones, ya no es eso. Los partidos priman la fidelidad, la disciplina y la mediocridad. El talento es expulsado. Por eso, no dimite nadie y por eso hay una negación de la responsabilidad.
La solución al mal está vinculada a un cambio en la cultura de los partidos y en los criterios de selección de los cuadros. Pero, sobre todo, en la utopía de que las personas se dediquen a la política para defender ideales y no intereses. Y eso es hoy imposible.