EL PAÍS 05/01/14
NICOLÁS REDONDO TERREROS
· Derrotada ETA, afrontamos dilemas complejos como el de mirar al futuro sin olvidar el pasado
Los presos de ETA han hecho público un nuevo comunicado y como siempre las opiniones han sido diversas y parecen a primera vista irreconciliables: desde los que ven el comunicado como un nuevo movimiento de un plan infernal preestablecido y acordado en tiempos pretéritos, a los que ven en la comunicación la entrañable expresión de un arrepentimiento casi celestial. Pero en toda declaración pública, más en las de este tipo, por un lado está lo que quieren decir los autores, recogido literalmente en el texto, lo que ocultan, que sorprende a los especialistas por su ausencia, y lo que significa de verdad en un determinado contexto.
No es la virtud, es la necesidad el origen del impulso; no es suficiente, pero es un avance que el agente dinamizador más importante que ha tenido ETA durante más de la mitad de su prolongada vida —y esto es lo que han sido los presos desde los años ochenta, una vez perdida la esperanza de conseguir la independencia— reconozca el imperio de la ley cuando dice: “Podríamos aceptar que nuestro proceso de vuelta a casa se efectuase utilizando cauces legales, aun cuando ello implícitamente conlleve la aceptación de nuestra condena. Compartimos que tanto la ley como su aplicación cumple una función esencial de cara al futuro”, o cuando manifiestan: “Reconocemos el nuevo escenario surgido tras el cese de la lucha armada de ETA y en adelante (…) utilizaremos vías y métodos políticos y democráticos”, confirmando sin querer dos verdades incontrovertibles: la única novedad en el escenario es el mutis obligado de ETA. Todo lo demás sigue igual que el día en que se aprobó el Estatuto de Autonomía, y al declarar que optarán por medios políticos y democráticos reconocen la inutilidad de su “lucha armada”.
· La única epifanía posible para un terrorista es la consecución de sus objetivos, que lo convierten en héroe y logran que en el torbellino de la victoria desaparezca la imagen de sus víctimas. En la derrota, sin embargo, el recuerdo de las víctimas les acosa en la niebla de su inmoralidad.
· La polémica sobre el comunicado de los terroristas es parte de la incapacidad de unirnos
En el comunicado no dicen, desde luego, lo que esperan las víctimas y deseamos con ansiedad los demócratas. Ni se arrepienten ni prometen colaboración ni piden a la banda la entrega de las armas. En fin, los subterfugios empleados nos obligan a ser prudentes a la hora de juzgarlo, moderados en esperanzas y realistas sobre las dificultades de un futuro con las heridas aún abiertas. En estos momentos finales de confusión aparecen los aventureros de desgracias ajenas; si en grupos de la izquierda sigue prevaleciendo la idea de que “contra Franco vivíamos mejor”, hasta el punto de mantenerlo momificado para asustar por pereza intelectual o por la seguridad que necesitan los que carecen de imaginación, en el lado contrario otros se comportan de la misma forma, se niegan a ver la derrota de ETA y la apuntalan, queriendo que confundamos los quejidos de una fiera moribunda con los rugidos de una criminal y poderosa bestia.
Pero hablaba al comienzo del artículo de la interpretación de la voluntad subyacente en el texto de los presos de ETA y para descubrirla es imprescindible que me conteste, de la forma más sincera posible, a la siguiente pregunta: ¿Hemos derrotado a ETA? Hace una década ellos pretendían con pistolas y bombas la integración de Navarra en Euskadi, la autodeterminación y la amnistía. Pero la banda emitió su comunicado de abandono de la lucha armada el 20 de octubre de 2011 y Navarra sigue hoy gobernada por UPN, y si un día inicia un proceso de integración en la comunidad autónoma vasca será por nuestra mala cabeza; el PNV, adaptado al nuevo escenario, propone una ponencia para buscar un nuevo marco de relaciones con el resto de España, alejándose de la autodeterminación de ETA; y los presos, por su parte, renuncian a la amnistía y se acogen individualmente a los beneficios generales de la ley.
Todo indica que la banda está derrotada. ¿Por qué entonces tanta polémica? Los motivos son los inherentes a esta clase de fenómenos y los particulares del caso español. Los primeros hacen referencia a la confusión que asiste a todos los finales de las expresiones terroristas, desde luego a las de índole nacionalista y un cierto apoyo popular, que no son consecuencia de una derrota convencional, al estilo de las guerras clásicas, sino que se producen cuando su entorno considera que la violencia se ha convertido en un obstáculo para lograr sus objetivos e inicia otras vías para su consecución. Por desgracia, la expresión de la derrota no solo es confusa para los que han padecido la lacra terrorista —los otros, envueltos en su dogmatismo sectario, tienen menor dificultad para adaptarse a los “nuevos escenarios”—; es además ofensiva, porque el desistimiento supone que se integrarán en el sistema, siendo cargos institucionales y representativos. Lo que la rabia y la indignación pueden hacernos creer que es su éxito, no es más que la expresión de su derrota y de nuestra victoria. Justamente el desistimiento, el fracaso, el reconocimiento explícito de que tanto dolor provocado solo ha servido para estar donde están, sin que nada haya cambiado a su alrededor, es lo que viene a certificar, por encima de su voluntad, el último comunicado de los presos de ETA. Las otras razones de la confusión reinante tienen que ver con nuestra sempiterna incapacidad para enfrentarnos unidos a los grandes retos nacionales.
Una vez que las fuerzas de seguridad y la justicia, a pesar de la contradictoria y en ocasiones endeble acción de los políticos, han conseguido en largo y duro enfrentamiento que lleguemos a este punto, aún queda mucho por hacer y es lo más complicado. Era más fácil mostrar coraje enfrentándonos a una banda terrorista. Sabíamos sin duda dónde estaba el bien y dónde se localizaba el mal. No había zonas grises. Todo era diáfano. Importaba más el valor que la inteligencia, la apuesta moral que las conveniencias contradictorias; al fin y al cabo, a las balas no se las puede parar con ideas. Hoy nos enfrentamos a dilemas complejos: ¿Cómo mirar hacia el futuro sin olvidar el pasado? ¿Cómo construir una sociedad libre sobre los cascotes morales provocados por 50 años de terrorismo? ¿Cómo empezar una etapa nueva con la mayoría de la sociedad vasca sin que la memoria sea un obstáculo? (Una memoria vívida y manipulada puede ser la base de sufrimientos futuros. Por la memoria sabemos quiénes somos y sin dosis suficientes de olvido sería imposible vivir). ¿Cómo ser clementes sin ser injustos? ¿Cómo armonizar el sufrimiento de las víctimas con la esperanza de la sociedad? Hoy es la inteligencia la que debe imponerse al valor físico, la moral al sentimentalismo, la esperanza al rencor, el imperio de la ley a la venganza o a la desmemoria, la elaboración del discurso cívico más amplio posible al enfrentamiento, la historia veraz del sufrimiento a las fabulaciones, el pragmatismo, que no lo debemos confundir con el relativismo moral, al atrincheramiento del dolor… Las víctimas merecen un relato veraz de estos 50 años y la sociedad lo necesita para conservar su dignidad.
Todo son preguntas y cada una de las respuestas es un compromiso. Por ello es difícil gestionar nuestra victoria sobre ETA y en ocasiones podemos tener la inclinación a que todo se desarrolle sin una intervención directa, que nos obligaría a grandes esfuerzos. Estas duras exigencias son las que han provocado a lo largo de la historia el miedo a la gestión de las victorias. Podemos seguir sin hacer nada, pero el resultado sería paradójico: habiendo ganado el Estado a la banda terrorista, los demócratas podríamos terminar derrotados. Sería lamentable que el miedo paralizador fuera ahora mayor que cuando ETA parecía tener el poder de poner “patas arriba” a todo un Estado.