ABC 20/11/15
IGNACIO CAMACHO
· No se trata de intrepidez ni de heroísmo, sino de vivir con normalidad. El miedo es libre, pero te quita la libertad
QUIÉN nos iba a decir que ir al fútbol, ese acto tan sencillo, tan familiar, tal vulgar casi, podía convertirse en un gesto de afirmación de libertad. Una manifestación cívica a cuerpo limpio, una señal de que no claudicamos, un símbolo inocente pero firme de la voluntad de defender nuestra forma de vida. Como ir al cine, como tomar una copa en un bar, como subir al metro o llevar minifalda: como cualquier costumbre que exprese el comportamiento común de una sociedad abierta, desarrollada, autónoma, cuyos hábitos cotidianos más simples se han vuelto de repente involuntarios símbolos de rebeldía ante una amenaza infame. No se trata de heroísmo ni de intrepidez, sino de normalidad. De vencer el instinto de conservación para seguir siendo libres, para no vivir escondidos con el miedo en el cuerpo y el ánimo arrugado en un triste sentimiento de sumisión y de derrota.
Se llama terrorismo porque su fin es el de destruir la sociedad mediante una epidemia de pánico, ese virus moral que afloja la cohesión colectiva y aniquila la energía individual. La psicosis del terror supone la victoria de los asesinos al someter nuestro albedrío a su designio totalitario. Esa zozobra que sentimos estos días, ese pellizco de inquietud que nos muerde la boca del estómago, es parte de su obra perversa; ellos conocen nuestro punto débil, que es el factor de incertidumbre en una existencia acostumbrada a la dulce rutina del confort democrático, al apacible automatismo de una paz protegida por la teología de la seguridad. Y han puesto a prueba la convicción de esa certeza imposible al convertir la vida normal en una eventual trampa de muerte; nos dominan en el mismo momento en que nos hacen ver que no tenemos modo de estar a salvo. Son eficaces, los cabrones: han logrado que nos sintamos víctimas antes de serlo.
Nadie es inmune al desasosiego. Va a ser difícil, muy difícil, acostumbrarse a esta sensación de ansiedad, de malestar, de desvelo. Sin embargo no queda otra que asumir que el hecho mismo de vivir se ha transformado en una cuestión de resistencia. Porque ellos, los malos, te quieren muerto o al menos amedrentado, encogido, encerrado con tus peores demonios, esos que te llevan a advertir peligro en el más inocuo de tus ritos diarios. Puedes plegarte, sí, quedarte en casa, anular tus deseos, cancelar tus aficiones, bunkerizar tu espíritu, volverte antisocial como un ermitaño. Nadie va a reprochártelo, son tiempos de angustia en los que vivir se ha puesto al rojo vivo, como escribió Blas de Otero. Pero piensa si quieres convertir tu vida y la de los tuyos en las de unos seres emparedados. Porque hoy es el fútbol como ayer fueron los aviones, pero mañana puede ser el teatro, el parque, los grandes almacenes, hasta el centro de trabajo. Y porque aunque te creas libre para tener miedo, es el miedo el que te quita la libertad.