Ignacio Camacho-ABC
- Se está perdiendo la percepción del riesgo. Cunde una falsa sensación de confianza generada por cansancio del encierro
Cuando el mando único de Sanidad ha empezado por fin a practicar en serio test a los sanitarios (¡¡a las seis semanas del estallido de la crisis!!) ha aflorado en hospitales y centros de atención primaria un récord mundial de contagio. Algunos se infectaron antes incluso de que las autoridades reconociesen que la epidemia había llegado a España, por contacto con pacientes no sospechosos, y sin saberlo se convirtieron en transmisores del virus entre otros usuarios, colegas, familiares y todos lo que estaban a su lado. Otros han pasado la enfermedad sin que les fuese oficialmente reconocida, sufriéndola en dolorosa cuarentena doméstica y reincorporándose a veces con altas prematuras porque faltaban manos con las que atender el colapso. Y un
tercer grupo, quizá el más numeroso, se contaminó en los días críticos de la catástrofe, por falta de protección adecuada en la mayoría de los casos. Todos han sido, y desde luego así se sienten, carne de cañón expuesta a la muerte como el primer contingente de un desembarco. Y se quejan con razón de no haber sido escuchados a la hora de planificar un desconfinamiento cuyo comienzo les produce pánico a verse envueltos en nuevas oleadas de desparrame comunitario.
Hay entre médicos y enfermeros un notable consenso sobre la creciente pérdida social de la percepción del riesgo. Basta con observar las calles en esta primera fase de «desescalada» para comprobar que están en lo cierto: está cundiendo una falsa sensación de confianza provocada, como un resorte psicológico, por la ansiedad de salir del encierro. Muchos ciudadanos que no han sufrido los estragos del Covid ni visto de cerca su dramático efecto tienden a minimizar el peligro por pura necesidad de romper el aislamiento. Y si en general es positivo que una sociedad pierda el miedo, en situaciones de pandemia conviene mantenerle a la amenaza al menos un prudente respeto. La posibilidad de uno o varios rebrotes no se ha disipado y, aunque ahora haya plazas hospitalarias para soportar mejor un nuevo contingente de enfermos, la ciencia aún no ha tenido tiempo suficiente para garantizar la eficacia de sus tratamientos. La presión de una economía asfixiada y el debate político sobre el estado de emergencia han desenfocado las prioridades y generado un ambiente de crispación que deja a los profesionales de la salud en tierra de nadie. Su opinión casi unánime dictamina que es pronto para volver masivamente a la calle. Que ya tuvieron bastantes problemas con las consecuencias letales de haber echado el cerrojazo demasiado tarde.
Pero el Gobierno ha perdido tanto crédito con sus falacias que ya no puede hacer la pedagogía necesaria. Después de haber malversado el período de alarma, no está en condiciones de pedir a la población que se quede voluntariamente en casa. Y ahora es cuando hace falta recordar que soldado que huye sirve para otra batalla.