IGNACIO CAMACHO-ABC
A Iceta, ausente de la mesa conspirativa de Roures, le gustaría comerse las migajas de aquella cena veraniega
LA salida más lógica, incluso desde el punto de vista semántico, a una revuelta nacionalpopulista es un gobierno de coalición entre nacionalismo y populismo. Ése fue además el menú diseñado en Can Roures durante la famosa cena estival en la que Iglesias, Junqueras y Domènech llevaron los ingredientes para que el anfitrión cocinara el guiso. Sí, aquella velada tan oportuna celebrada para debatir sobre el proceso de secesión cuando toda España lloraba por una Barcelona golpeada por el terrorismo, justo después de que los separatistas y sus aliados humillasen al Rey que fue a mostrarles su solidaridad y su compromiso. Allí se repartieron los papeles de una superproducción de masas con argumento político, cuyo libreto se ha ido cumpliendo con una precisión que acaso sólo haya interrumpido la aplicación light del artículo 155.
El guión lo ha retomado Junqueras en la soledad melancólica de la cárcel, donde parece haber comprendido que su sueño se frustra y que su horizonte presidencial se cierra a medida que el penal se abre. Desde la celda ha señalado a una sucesora in pectore para el cargo al que él ya no va a acceder, o que en todo caso ocupará con provisionalidad flagrante. Sabe que en el mejor de los casos lo van a inhabilitar, que su carrera está en los metros finales, y ha marcado las líneas para que su proyecto siga adelante. Frente a un Puigdemont fugado con ignominia, trata de conservar una cierta dignidad honorable y ha aclarado sus cláusulas testamentarias con Marta Rovira como albacea de lealtades.
Ahora se trata de salvar el poder antes que de relanzar la independencia. Esquerra es la favorita minoritaria en las encuestas, el nuevo partido alfa del soberanismo, y su líder en presidio anuncia la política de acuerdos mostrando una clara preferencia. El pacto secreto de la reunión veraniega: ERC con los Comunes de Colau, Domènech e Iglesias.
A Miquel Iceta le gustaría sentarse en esa mesa. Lo intentará si, sumados los escaños, a la alianza bilateral no le cuadran las cuentas. Tiene la coartada del anclaje constitucionalista que dé respetabilidad a un bloque de inquietante apariencia, y el antecedente histórico de dos tripartitos (funestos) y de las recientes coaliciones municipales, aunque le haya salido mal la barcelonesa. Si puede estar, hará por ello todo lo que pueda; y Sánchez lo respaldará porque necesita hacerse perdonar el 155 y porque aún confía en que el nacionalismo ensanche sus propias posibilidades de auparse a la Presidencia.
Lo más triste es que al Gobierno esa opción empieza a parecerle un mal menor razonable. La intervención de la autonomía le quema en las manos y quiere salir de ella cuanto antes. Hay poco optimismo en Moncloa sobre alternativas constitucionales y antes que pagar la factura completa de aquella cena conspirativa es posible que Rajoy prefiera que los socialistas se coman las migajas del ágape.