Antonio R. Naranjo-El Debate
  • El problema no es que el equipo de Ayuso diga lo que le plazca, sino que el presidente utilice al fiscal general para derribar a rivales políticos

Todo el mundo sabe que, entre glosar las hazañas cum laude de Begoña Gómez, la batuta eléctrica del enchufado David Sánchez, las proezas con el viagra, las mordidas, las contrataciones y las señoritas de Ábalos y Koldo; el manejo de efectivo en Ferraz; las sombras chinescas, venezolanas y marroquíes de Zapatero; la estancia de Cerdán en el Parador de Soto del Real por crearse empresas adjudicatarias de obra pública o, entre otras proezas, financiar la Internacional Socialista con dinero de Maduro según revelación de Aldama no desmentida por nadie y Miguel Ángel Rodríguez, lo importante es Miguel Ángel Rodríguez.

Con los Episodios Nacionales de la Corrupción en pleno desarrollo, al parecer lo suyo es hablar del Maquiavelo de Ayuso más que de los presuntos delitos políticos y familiares, domésticos e internacionales, perpetrados por el entorno más íntimo del Galgo de la Castellana, huido en plena Fiesta Nacional para confirmar que lo suyo es el poder, pero no España: no hay metáfora mejor del desapego de un pueblo por su presidente, y viceversa, que verle fugarse entre silbidos del lugar donde más cómodo debiera sentirse si estuviera a la altura de las circunstancias.

De nada de eso hacen glosa los exégetas de Sánchez, que además piden, desafiantes, explicaciones sobre lo de MAR y presentan su declaración en el juzgado como una prueba de algún delito, bulo o montaje: dijo que dedujo que quien filtró la información privada del novio de Ayuso fue el fiscal general del Estado, a punto de ser juzgado por ello, por su olfato y experiencia.

Y ahí han saltado los mismos de siempre a intentar blanquear, por esa frase, al pobre García Ortiz, a Begoña, a David y, al fondo, al propio Pedro Sánchez; como si todos los males del pobre líder progresista global procedieran de los comentarios y las conspiraciones de Rodríguez, esa hidra de varias cabezas que un día se presenta por su nombre y otros con los de Peinado, Ana Rosa, Rubido, Naranjo o un coronel de la UCO.

Así que vamos con el asunto, por petición de ese tipo de público que, cuando hablas o escribes de la corrupción tradicional, moral y política esdrújula de este PSOE, que lo empapa todo como el olor a muerto en una habitación cerrada, te exige explicaciones sobre el novio, los muertos en las residencias o el director de gabinete de la pérfida IDA.

A García Ortiz no se le va a juzgar por «desmontar un bulo», ni aunque tal bulo existiera, que no es el caso: bulos son los sondeos del CIS o las cifras de crecimiento económico y de desempleo; no la difusión parcial de un contenido real en beneficio de su protegida, la presidenta regional, verdadero objetivo de la predemocrática campaña de derribo urdida por La Moncloa y perpetrada por el lacayo general del Estado.

En todo caso, los manejos de Rodríguez, ínfimos al lado de los que perpetra el ejército de asesores de Sánchez y la parrilla al completo de TVE, carecen de importancia penal en un proceso que enjuicia un más que seguro delito de revelación de secretos cometido por el fiscal general según el prolijo auto del instructor de la causa, el juez Hurtado del Tribunal Supremo.

En el mismo se describe, con pruebas irrefutables e indicios sólidos, cómo García Ortiz respondió a la maniobra de Rodríguez de filtrar la disposición al acuerdo entre la Fiscalía y el abogado de González Amador con una operación que, a cualquier demócrata, debería asustar: a las órdenes de La Moncloa, reclamó a sus subordinados que recabaran todas las comunicaciones privadas de la causa y se las remitieran a un correo privado; envió a la Presidencia el resultado de sus pesquisas para que desde allí se enviaran al líder socialista madrileño y, probablemente, trasladó un anticipo a un par de medios de comunicación leales, incapaces de demostrar que el expediente del novio de Ayuso les llegó por otro conducto porque, simplemente, el conducto era la Fiscalía General.

Lo extraño de este asunto es que no estén en el banquillo Óscar López, como jefe de Gabinete de Sánchez cuando su subordinada le pasó todo a Juan Lobato obedeciendo órdenes de arriba, aunque eso también tiene explicación: García Ortiz, como el típico camello que tira las papelinas de droga cuando siente a la Policía en su puerta, borró todos los mensajes.

Pretender que para desmontar un «bulo» hay que cometer un delito, negar la evidencia de que todo fue una repugnante versión del Watergate diseñada para acabar con la bestia negra del marido de Begoña Gómez y aspirar a convertir una decisión más que lógica de Rodríguez en un escándalo ficticio para empatar con los escándalos reales del sanchismo; es demasiado hasta para las más rendidas grupis del suegro de Sabiniano.

Poco hizo Rodríguez y poco hace el PP: quien usa la Fiscalía General para dirimir en oscuros callejones lo que debe decantarse en luminosas urnas, es un riesgo para la convivencia y un peligro para la democracia. García Ortiz debe ir ‘p’alante’, sin duda, y con él deberían ir tres o cuatro más por este chusco ajuste de cuentas más propio de una mafia siciliana que de un Gobierno occidental.