Cristian Campos-El Español
 

«Festive chic». Ese era el código de vestimenta de la fiesta que Daniel Lacalle organizó el 17 de junio de 2022 en el Commodore de Madrid para celebrar el lanzamiento de su libro Haz crecer tu dinero.

El Commodore es el heredero del Mayte Commodore, uno de los restaurantes míticos del Madrid del franquismo y del posfranquismo. En su época de esplendor pasaron por sus mesas PerónLola Flores y Ava Gardner, entre otros muchos nombres legendarios de unos años en los que los famosos lo eran más allá de su cuenta de Instagram.

No es poca cosa desde luego una fiesta en el Commodore junto a la élite del liberalismo madrileño, que es el único existente hoy en España y con toda probabilidad uno de los últimos reductos de hidalguía que quedan en nuestro país. El resto es cantonalismo fiscal, en el mejor de los casos, pero desde luego no liberalismo.

Le robo el concepto de «hidalguía» a Enrique García-Máiquez, que lo desbroza en su recién publicado libro Ejecutoria. Una hidalguía del espíritu.

Espero que a un conservador como él no le importe que ponga a los liberales españoles como ejemplo de donquijotes contemporáneos, aunque sólo sea por su condición de especie amenazada.

Esto escribe García-Máiquez en su libro:

Hoy se podría afirmar sin exagerar demasiado que el único deber ciudadano es pagar los impuestos. Lo que nos explica el creciente rechazo a pagarlos, además de la reticencia lógica. Primero, porque siendo nuestro único deber, nos degrada a meros pagadores. Se nos condena a la condición de homo economicus, e incluso a otra más baja: la condición de homo tributarius. Segundo, porque inconscientemente, por puro horror vacui, el poder político, más allá de la rapacidad estatista, para paliar la ausencia de otros deberes ciudadanos más esenciales, infla el deber impositivo.

Pero volviendo a la fiesta de Lacalle.

Mi plan era entrar al Commodore el viernes a las 21:00 por la puerta como un hidalgo libertario y salir el sábado a las 6:00 por la ventana como un socialista descamisado. Porque de alguna manera había que honrar la muy canalla historia de un local en el que se decidió el nombramiento de Juan Carlos de Borbón como sucesor de Francisco Franco con el título de rey. O eso cuenta la leyenda.

Así que con el festive chic a cuestas me dirigí ese viernes al Commodore y entré en él como se entra a estas cosas. A portagayola.

No me habían puesto la primera copa de vino en la mano cuando Esperanza Aguirre ya me había contado los años salvajes de su juventud en el Commodore.

Y eso en la recepción, sin haber llegado siquiera a la planta superior. La de la fiesta.

A la segunda copa, Albert Rivera ya le había explicado a María Vega (en aquel momento jefa de Opinión de Invertia) por qué no hubo gobierno de coalición con el PSOE en 2019.

Susanna Griso se deslizaba por el Commodore como lo haría Cayetana Álvarez de Toledo vestida de Prada en la inauguración de la Taberna Garibaldi de Pablo Iglesias. O como la elfa Galadriel en un cónclave de orcos de Mordor.

Daniel Lacalle andaba subido al escenario cantando a grito pelado el We’re Not Gonna Take It de Twisted Sister con The Hot Tubes (tengo vídeos).

Manuel Llamas, hoy director del Instituto Juan de Mariana, aventuraba el advenimiento de un überliberal español que segaría las cadenas socialdemócratas con las que nuestra clase política, tanto a derecha como a izquierda, sojuzga a los españoles.

Llamas se equivocó en el dónde, pero no en el qué. Porque dos años después de la fiesta de Lacalle, el advenimiento del überliberal que Manuel Llamas había predicho tuvo lugar en Argentina. Y a ese überliberal le llamaron «ultraderechista» por una mezcla de pereza intelectual, falta de lecturas y necesidades de la propaganda, que es ya el motor por defecto de la política española junto con la mentira.

Milei vino a España el pasado fin de semana para presentar junto a su editor Roger Domingo, el economista Juan Rallo y Francisco Marhuenda su libro El camino del libertario. Milei también participó en un mitin de Vox y generó un conflicto diplomático que luego el Gobierno español ha convertido torpemente en un conflicto de Estado.

Yo estuve en la presentación del libro de Milei en Madrid. Allí estaba Agustín Laje, el autor de Generación idiota. Estaba Begoña Villacís. Estaban Iván Espinosa de los Monteros Rocío Monasterio. Y estaba, por supuesto, Daniel Lacalle.

No oí en esa charla una sola palabra que recordara, ni remotamente, al fascismo, el ultraderechismo o la extrema derecha.

Milei habló de liberalismo. De hecho, no se habló de otra cosa en toda la tarde.

Milei habló por ejemplo de cerrar el Banco Central, asumiendo las consecuencias de la renuncia a fijar los tipos de interés, a imprimir dinero, a financiar el gasto público del Estado o a fijar el tipo de cambio frente a otras monedas internacionales.

Habló de reducir el Estado al mínimo tamaño imprescindible para ejercer sus funciones esenciales. Que entiendo que serían justicia y seguridad, aunque tampoco especificó.

También dijo Milei que el socialismo es el cáncer de la humanidad. Una de esas afirmaciones hiperbólicas, destinadas claramente a la polémica, con las que suelen estar de acuerdo quienes han vivido el socialismo en sus versiones más puras, pero que suelen escandalizar mucho a quienes lo disfrutan en sus versiones más tibias y mientras el dinero de los demás todavía no se ha agotado.

Lo cierto es que el socialismo siempre ha funcionado excelentemente bien con el dinero generado por el capitalismo, mientras este dura. De esa ficción vive todavía hoy.

Pero ese es otro tema.

Me sorprende, en cualquier caso, que se identifique a Milei, un anarcocapitalista que defiende la abolición del Estado, con el fascismo, que es una ideología estatista.

¡Se le podría acusar de tantas cosas a Milei! Para empezar, de iluminado. O de maleducado. De provocador. Hasta de gañán. Pero… ¿de ultraderechista?

Formas aparte, y sin entrar en la hipocresía de que se le afee a Milei lo que Gustavo PetroAndrés Manuel López Obrador Nicolás Maduro han dicho antes de España y de los españoles con las mismas o peores palabras, no parece que entre el Vox que pide la redistribución de la propiedad y el Milei anarcocapitalista haya mucha más sintonía que la derivada de la existencia de un enemigo común: el socialismo.

Pero, sobre todo, me sorprende que ese calificativo, el de «ultraderechista», llegue desde el socialismo, una ideología que si algo comparte con el fascismo es el estatismo.

«Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado» era el eje central de la doctrina fascista. Hoy eso te lo firman Sumar, Podemos, ERC y EH Bildu. Quizá incluso Junts y el PNV, siempre que el Estado sea el suyo.

En cuanto al PSOE, me gustaría preguntarles, porque igual me llevaba una sorpresa y alguno me respondía que tan mal no suena la cosa.

Porque cuando Pedro Sánchez habla del «Estado emprendedor», ¿de qué creemos que está hablando en realidad? Está hablando del viejo socialismo de Estado. De un país en el que la soberanía no reside en la Nación, sino en el Estado.

Al fondo a la derecha de esta haka entre Milei y Sánchez late una batalla bastante más relevante que la de quién empezó a insultar a quién. Y es una batalla en la que el socialismo está mucho más cerca de aquello que le atribuye a Milei que el propio Milei.

Ya digo: gañanadas aparte.