Armando Zerolo-El Español
 

Todo podría haber quedado en un encuentro relativamente irrelevante en un nublado día de primavera. Un día en el que España podría haber dado ejemplo de madurez democrática defendiendo un espacio para ideas y partidos que no gozan del apoyo mayoritario, que son antisistema, y que reúnen una variopinta y a veces incompatible amalgama de agrupaciones políticas. La democracia es algo más grande que tus preferencias o las mías.

Nuestro Gobierno podría haber dado ejemplo de respeto al derecho a expresar opiniones diferentes, aunque sean radicales, y ahora podríamos estar debatiendo sobre si es verdad que el socialismo es igual a muerte y la Agenda 2030 un plan diseñado para acabar con Occidente.

Podríamos entrar a debatir las barbaridades que se han dicho sobre la religión, la cultura, la historia y la política. Y podríamos tratar de ser una voz más en el debate público que defienda otra forma de hacer política. O simplemente podríamos pasar página, no hacer ni caso, y hablar de la desaparición del presidente de Irán o de la penúltima jornada de La Liga.

Yo hubiese optado por esta opción: no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Podríamos no haber prestado ni la más mínima atención a una reunión de antieuropeístas reunidos en un acto electoral para las elecciones europeas. Allá ellos con sus contradicciones.

Pero todo esto es una trampa.

No me cabe duda, visto lo visto, de que no sólo Vox tenía un gran interés en poner el altavoz y los focos en lo que sucediese en el encuentro de Vistalegre. Este fin de semana se trataba de dar un paso más en la batalla cultural, en esa arena en la que se trata de llevar hasta el paroxismo el miedo al adversario.

Mi primera reacción al escuchar las palabras del ministro Albares condenando las desafortunadas declaraciones de Milei sobre la esposa del presidente Sánchez fue de acuerdo. Creo que habría que ser muy poco español para admitir que el más alto representante de un país extranjero insulte en suelo nacional a nuestro presidente. No me lo imagino ni en EEUU ni en Francia, por ejemplo.

Pero no puedo dejar de pensar que al PSOE, a Sánchez, y a las encuestas para las europeas, todo este fango le viene muy bien.

Si Albares hubiese condenado con la misma contundencia a Óscar Puente, miembro de su Gobierno, cuando llamó drogadicto al presidente de Argentina y causó un grave conflicto diplomático, quizás hoy su voz sería más creíble. Si en sus declaraciones no hubiese llamado «ultraderecha» a los asistentes a los que presume de acoger, pero luego descalifica, quizás le creería, y podría sumarme a su indignación.

Pero si además aprovecha para señalar al PP por no condenar antes que él mismo las declaraciones del argentino, sin pensar que exigir al presidente de la oposición condenar a Milei antes que el propio ministro sí que podría haber sido una ofensa diplomática, entonces me entra la certeza de que todo esto no es más que una maldita trampa. La puñetera trampa del fango.

De toda esta miseria de un día aciago me sorprende que el señalado por unos y por otros sea el que no estaba invitado a la fiesta, el Partido Popular. Feijóo ha sido señalado por Albares y por Abascal a partes iguales. Así que quizás sea verdad que el diferente, el que no es ellos, es el PP, y que los otros dos son lo mismo. Quizás la alternativa sea dejar que los enfangados se queden rebozándose en su lodazal, y que los demás se bañen en aguas más limpias.