ABC-HERMANN TERTSCH
La agonía de la convivencia en Cataluña traerá a un rearme general español
¡QUÉ gran escenificación de justicia poética es, en esta espiral de agresión que finalmente se ha disparado en Cataluña y se adivina ya en otras regiones de España, que los Comités de Defensa de la República (CDR), esas bandas del terror, acosaran ayer a sus mayores de Esquerra Republicana (ERC) ante su sede en pleno centro de Barcelona. Una escena de la revolución cultural china en la que los jóvenes incorruptibles exigen radicalidad total o máximo castigo para los líderes del partido –aquí del separatismo– sospechosos de voluntad de compromiso. Los Tardá y Rufián y todos los que viven desde hace tantísimos años del presupuesto español se hacen los ofendidos y señalan a sus encarcelados como prueba de su pureza, de no ser unos traidores. Cuando Tardá tenía poca tripa y Rufián, un desconocido en un trabajo muy vulgar, los de ERC eran los radicales. Los de Convergencia eran los nacionalistas duros y Unió los blandos. La CUP eran un grupito lumpen de nulas expectativas, de gente bruta y escasa higiene corporal. Sin futuro en la Cataluña del «seny», decían. De seny nada. «Rauxa» a raudales y salvo milagro, pronto se enterrará a los primeros muertos del enfrentamiento civil catalán ya en marcha. Cuando los gobernantes desprecian la ley, los gobernados comprueban quién es el más fuerte.
Así se ha movido, más bien podrido, la escena política catalana. Cataluña y el País Vasco han sido la vanguardia en el deterioro general de la cultura democrática, de la tolerancia, del aprecio al sentido común y la racionalidad, del respeto al prójimo. Hasta de la vestimenta, puro signo de respeto. Pero ante todo fueron las primeras regiones donde antes se impuso la mentira oficial y la verdad fue perseguida. Trágicamente, toda España ha seguido la misma tendencia.
Esta descomposición afecta a todos los españoles. Y el origen de la misma como su posible enmienda está en la actitud ante la ley. Se comenzó a tolerar el desprecio a la ley muy pronto en la democracia española. Hoy hay generaciones que ni entienden la necesidad del acatamiento ni la fuerza coactiva como parte consustancial de la ley misma. Ellos exigen más transgresión. Como los CDR que acosan la sede de ERC y la cubren de acusaciones de traición. Como escolares chinos que humillaban con capirotes a sus profesores antes de ahorcarlos. Hay, sin embargo, indicios de que esta delirante deriva ha llegado ya, como la revolución cultural china en su día, al punto de máximo alejamiento posible de la razón. Aunque los gobernantes y todos los rehenes de esta socialdemocracia global, políticos y periodistas de diestra o siniestra, separatistas y demás, sigan sometidos a su discurso, los españoles dan claras muestras de hartazgo. La destrucción de la convivencia en Cataluña intensifica la demanda de firmeza en defensa del bien común y el retorno de la razón. Muchos creen que los españoles no tienen la presencia de ánimo y la capacidad de reacción para exigir ese fin de la tiranía ideológica. Porque muchos identifican esta tiranía «buenista, relativista y transgresora» con la democracia. Y consiguientemente equiparan racionalidad e imperio de la ley con la dictadura. Pero el asalto cainita destructivo a la nación española de estos años habrá de dirimirse pronto. Hay muchos motivos para pensar que, pese a vaivenes y capítulos aciagos como los que vivimos hoy con un inaudito pacto del gobierno con los enemigos del Estado, estas fuerzas que buscan su futuro y poder en la destrucción de España van a perder esta guerra. Y prevalecerán los mimbres trenzados por los siglos en la realidad de la razón que es España. Una vez más.