- Alguien en Moncloa debería usar la cabeza para algo más que embestir contra los jueces y los medios de comunicación porque cada día consiguen empeorar un poco más su situación
Este gobierno agotó hace tiempo mi surtido de adjetivos, más tarde acabó con mi capacidad de sorpresa, luego consumió mis reservas de indignación y ahora solo pretendo que no acabe también con mi sentido del humor.
Habrá quien considere que esto es una frivolidad, pero hace ya bastantes semanas que las andanzas del gobierno y sus cancerberos mediáticos me mueven más a la carcajada que al cabreo. Ver a Félix Bolaños o a Grande-Marlaska pasear sus caras de náufrago por las televisiones empieza a resultar cómico. Tanto como el coro de ministros dispuestos a renunciar a cualquier atisbo de personalidad o decencia intelectual para repetir palabra por palabra el argumentario cada día más desquiciado que sale de Moncloa. Pilar Alegría, los dos Óscar y Bolaños vienen a conformar un disparatado escuadrón suicida, siempre dispuestos a inmolarse por Sánchez, pero con tanto entusiasmo como torpeza.
Y qué decir del equipo de opinión sincronizada, mirando constantemente el móvil durante las tertulias para ver si alguien les alivia con una consigna a la que aferrarse frente al vendaval de corrupciones que se ven obligados a justificar cada mañana: el pobre fiscal perseguido por desmentir bulos, la pobre Begoña, perseguida por ser una profesional de éxito y el pobre hermano, un artista incomprendido. La última ocurrencia es la conjura de jueces contra el gobierno. Solo Ábalos arrastra la condición de corrupto oficial para ejercer de chivo expiatorio de todos los demás. Hasta los socios parlamentarios de Sánchez tratan de hacerse invisibles para que nadie les pueda recordar los aspavientos regeneradores que arrojaban a la cara del gobierno de Mariano Rajoy a la primera oportunidad.
Todos ellos han acabado la semana desfondados. El informe de la UCO sobre Ábalos, la imputación del fiscal general del Estado y el rechazo de la querella de Sánchez contra el juez que investiga a su mujer marcan el signo definitivo de esta legislatura, que es el sobresalto diario. Alguien en Moncloa debería usar la cabeza para algo más que embestir contra los jueces y los medios de comunicación porque cada día consiguen empeorar un poco más su situación.
Ha sido Sánchez, con su carta de hombre enamorado y su retiro de cinco días, quien elevó las andanzas empresariales de su señora a categoría existencial de la política española y quien de paso alertó a toda la prensa internacional de un escándalo que hasta entonces habían ignorado. También ha sido Sánchez quien se ha buscado el último revolcón judicial al presentar una querella contra el juez Peinado que cualquier estudiante de primero de derecho enviaría sin dudar a la papelera.
No existe una conjura de los jueces contra el gobierno. Existe un gobierno torpe que maneja los casos de corrupción que le afectan con la misma soberbia y prepotencia con la que se conduce en el resto de asuntos. Tanto nerviosismo solo se explica por una preocupación desmedida ante lo que puedan destapar las investigaciones judiciales o porque Sánchez, al que le gusta recurrir de manera habitual al refranero español, se ha acordado de aquel que dice «quien a hierro mata, a hierro muere».