José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Con media docena más de escraches como el que sufrió el martes Díaz Ayuso y con otras tantas declaraciones de ministros como Subirats y Morant, su campaña electoral va a ser un paseo militar
Si al buen actor Antonio de la Torre la Universidad Complutense le galardonó con el nombramiento de «alumno ilustre» tras una larga trayectoria de éxitos cinematográficos y nadie discutió el galardón, cuesta entender —salvo por sectarismo ideológico— que se impugne igual reconocimiento a Isabel Díaz Ayuso, que obtuvo en las elecciones autonómicas del 4 de mayo de 2021 en Madrid el respaldo de 1.620.000 ciudadanos y 65 escaños de los 136 en la Asamblea de Vallecas, lo que no son malas credenciales para recibir orgullosamente el diploma. Mérito del actor y mérito de la política, de distinta naturaleza, pero explicativos ambos de la razón de la distinción que, como todas, es perfectamente discutible.
Lo que no es discutible es el prontuario de memeces que se han pronunciado ante el escrache —uno más— a la presidenta de la Comunidad de Madrid. La primera de todas las distorsiones consiste en considerar que la Universidad, simplemente por serlo, es un territorio de confrontación política con unas reglas de juego excepcionales que permiten a los vándalos serlo con el beneplácito del progresismo desnortado que nos asuela. Escrachar a Díaz Ayuso, a Rosa Díez, a Felipe González, a Aznar, a Santamaría, a González Pons, a Iglesias y a la mismísima Irene Montero o al sursuncorda es, se haga donde se haga, una muestra de incivismo, más aún cuando, como ocurrió en la Complutense el pasado martes, portavoces de los borrokas califican en directo en TV de «asesina» y de «fascista» a la dirigente del PP.
Peor aún se comportó el escaso Juan Lobato, responsable del PSOE en Madrid (así le irá), proclamando que Ayuso perpetró una «provocación» al acudir a la Universidad a recibir el premio que le fue concedido, al parecer no sin gran polémica en los cargos académicos del centro universitario. Lobato tendría que explicar a quién provocó la presidenta de Madrid y por qué razón tenía que esquivar un acto que sabía de antemano que le resultaría conflictivo y desagradable. Sobre todo, porque lo que la presidenta nunca elude son, precisamente, los auditorios difíciles y los entornos hostiles, lo que acaso sea la razón por la que disfruta en amplísimos sectores de la sociedad madrileña de un reconocimiento incomparable respecto de sus contradictores.
Quizás Juan Lobato reparó en lo evidente: vistas las imágenes que durante toda la mañana del martes emitieron todas las cadenas de televisión, las posibilidades electorales de Díaz Ayuso se incrementaban ante el espectáculo lamentable de sus hostigadores, en particular cuando ella, serena e intencional, intervino sosegadamente y sin trastabillarse ante un auditorio tenso y hasta conmocionado. La presidenta, que niquela las performances, les volvió a ganar en su propio terreno a los vándalos que creen no serlo simplemente porque en la Universidad, según criterio del ministro del ramo que, al parecer, se llama Joan Subirats, es «normal» hacerlo, y al que pareció “muy mal” la distinción a Ayuso porque, según él, beneficia a los centros universitarios privados y no a los públicos.
Lobato tendría que explicar a quién provocó Ayuso y por qué razón tenía que esquivar un acto que sabía que le resultaría conflictivo
El ministro clandestino de Universidades resultó, no solo desavisado de sus obligaciones cívicas, sino también un tanto mezquino, o sea, falto de nobleza, al priorizar sus inquinas y no atenerse al civismo que un responsable político debe exigir en todo tiempo y lugar. Le acompañó en su juicio errático otra ministra clandestina, la de Ciencia, Diana Morant. Según el CIS del mes de noviembre, a Joan Subirats le conocía el 31% de los consultados y a Diana Morant el 22,7%. Poca cosa. Quizás esta irrelevancia los haya llevado a sacar los pies del tiesto y trabajar involuntariamente en favor del propósito de Díaz Ayuso que consiste en lograr la mayoría absoluta el 28 de mayo tanto por sus aciertos como por los errores de sus adversarios. Desde luego, con media docena de escraches como el del pasado martes y otras tantas declaraciones de los ministros clandestinos como las de Subirats y Morant, la campaña electoral de Ayuso va a ser un paseo militar.
Es triste, pero cierto —Bolaños, que es más listo, se desmarcó del escrache y lo mismo hizo la vicepresidenta Calviño— que determinado progresismo sigue en las coordenadas teóricas del mayor anacronismo. La ciudadanía, esa gente anónima que observa estupefacta según que espectáculos políticos, que detesta la dinámica soez y brutal del enfrentamiento político, se pone siempre en el lugar del agredido, en el papel del que sufre el ataque y rechaza la proactividad injuriosa. El ciudadano vive en unas reglas de urbanidad en su relación con los demás, en el trabajo, en la comunidad de vecinos y como contribuyente. Exige respeto y consideración y reclama sentido común. Discierne mucho más de lo que creen los políticos y los mitineros entre lo decente y lo indecente, entre los comportamientos cívicos y los que no lo son. Por esa razón, solo por esa, tan básica y elemental, el escrache a Díaz Ayuso en la Complutense le favorece porque el espectador no localiza en el tumulto «jarabe democrático», sino «violencia política» contra ella. Esa que los ministros clandestinos del Gobierno jalean incivilmente, mientras otros se dedican a hostigar a los empresarios mientras la economía española se estanca y el empleo ofrece síntomas de retroceso. ¡Qué ojo!