Gorka Maneiro-Vozpópuli

  • Hasta nos dirá ahora que ha salvaguardado la integridad de España frente a Puigdemont,

Puigdemont decidió este lunes en Perpiñán qué hacer para salir de la crisis demoscópica en la que se encuentra, que es en el fondo lo que le sigue preocupando, de entre las opciones de las que disponía: seguir negociando con Sánchez como hasta ahora, no negociar más con el PSOE, o derribar a Sánchez uniéndose a PP y Vox en una moción de censura que eligiera a un candidato alternativo que se comprometiera a convocar elecciones de las que pudiera salir malherido pero vivo.

El problema es que todas las opciones tenían sus contraindicaciones: por un lado, seguir negociando con Sánchez seguiría pasándole una factura política en beneficio de Aliança per Catalunya, lo cual podría llevarlo a la irrelevancia definitiva y a no obtener nada más de lo que ya ha obtenido, dado que lo que pretende, o Sánchez no puede dárselo o carece de mayoría en el Congreso de los Diputados para obtenerlo.

Por otro lado, negarse a negociar con Sánchez cerraría la opción que abrió cuando decidió apoyar su investidura, que no era otra que tratar de chantajear a Sánchez con sus votos, cosa que ha logrado sólo a medias, dado que Sánchez ya anunció que gobernaría sin el Congreso de los Diputados, como gobiernan los autócratas; y, finalmente, unirse a PP y Vox para derribarlo le permitiría vengarse de las mentiras de Sánchez pero enfrentarse a continuación a un Gobierno de España que le negaría de antemano todos sus propósitos y lo convertiría en irrelevante, lo que le permitiría, eso sí, al menos en el corto plazo, dejar de hacer el ridículo, lo que siempre es saludable.

Gobernar sin Parlamento

Además, al procurar un adelanto electoral, quizás detendría la sangría de votos que está sufriendo en beneficio de la pujante Aliança per Catalunya, que son todavía peores que los de Puigdemont, aunque parezca imposible: más xenófobos, más independentistas y más antiespañoles.

A estas alturas, a Sánchez le valían las dos primeras opciones, dado que ambas dos le aseguraban permanecer en Moncloa, es decir, mantenerse en el Gobierno aunque ya no gobierne. Y Puigdemont ha optado por romper pero sin moción de censura, a la espera de que sus bases ratifiquen lo que ya se ha decidido. Los de Junts, que son tan listos, olvidaron que Sánchez es capaz de conceder todo lo que esté en su mano para seguir en la Moncloa, pero que todo no podía y que, cuando no pudiera, los engañaría, su habitual modus operandi.

No es cuestión de principios, puesto que no tiene ninguno, sino de los límites del Estado de Derecho y la democracia: por eso no obtendrá la amnistía completa a la que aspiraba el prófugo de la Justicia, ni la oficialidad del catalán en toda Europa, ni las competencias de inmigración para Cataluña, ni la depuración de los jueces y fiscales que persiguieron comportamientos delictivos de los independentistas, ni el cuponazo catalán para el que no hay mayoría en el Congreso de los Diputados. Y una cuestión por encima de las demás: Sánchez no va a solucionar la situación judicial ni a facilitarle su ansiado regreso a Cataluña, objetivo principal del pacto que Puigdemont firmó hace dos años en Bruselas. Y, otra vez, no porque Sánchez no quisiera sino porque no podía: mal que les pese a ambos, vivimos en una democracia. Y como Sánchez ya decidió gobernar sin el Parlamento, a estas alturas tampoco le importa demasiado.

De la convocatoria de un referéndum de autodeterminación ya ni se habla, quizás porque, además de ser ilegal, saben que lo perderían. Y no les queda otra que recordar la independencia fantasma que disfrutaron durante ocho segundos, el culmen de los ridículos nacionalistas, disculpen el pleonasmo.

¿Alguien cree que le importa?

Ahora Sánchez se encuentra en minoría parlamentaria: mirad cómo tiembla, como si no lo estuviera desde que fue elegido presidente del Gobierno de España. ¿De verdad alguien cree que le importa? No sólo no le importaba sino que ya celebra la decisión de los de Puigdemont o, al menos, se adaptará a ella. Para cuando los independentistas van, Sánchez ya ha vuelto. Son tan tontos como parecían. Y Sánchez, tan malvado como sabíamos. Incluso Zapatero se alegra: a partir de ahora dispondrá de más tiempo para concentrar esfuerzos en los negocios que le son verdaderamente rentables, como pudiera ser, pongamos por caso, el de la dictadura de Venezuela.

Ahora pasamos de pantalla, como dicen los cursis, y entramos en lo que a Sánchez le renta, como dicen los adolescentes y los modernos. Porque lo que quería Sánchez es que Junts no se sumara a una moción de censura, y es justo lo que Puigdemont, que nunca tuvo muchas luces, ha decidido.

Sánchez ya puede recordar que Junts no es de izquierdas sino de derechas y que no es progresista sino reaccionario. Y hasta nos dirá que ha salvaguardado la integridad de España frente a Puigdemont, al que nunca cedió ni la autodeterminación ni la independencia. Y hasta afirmará, sin pudor alguno, que impidió que Feijóo pactara con Puigdemont y se unieran las derechas, una catalana y la otra española, objetivo último de su coalición de gobierno. Y, cuando pase un tiempo, Sánchez, sin vergüenza alguna, llegará a contarnos que fue él quien rompió con Puigdemont, en beneficio de España. Y sus lacayos, si quedara alguno, aplaudirán con las orejas.