MIKEL BUESA-LA RAZÓN
- El fallecimiento Isabel II ha desvelado la enorme potencia institucional de sistema de gobierno del Reino Unido
Que ello no es disimulo lo muestran los comportamientos políticos de los dirigentes que, sin compartir la filiación monárquica, sin embargo se sujetan a las instituciones vigentes. Lo hemos visto en Escocia, donde su ministra principal, Nicola Sturgeon, no sólo asistió a la proclamación del rey Carlos III, sino que entonó el «God sabe the King», incluso a pesar de que en la plaza del Parlamento de Edimburgo se corearon algunos gritos republicanos, tal vez para recordarle su compromiso de convocar un nuevo referéndum independentista. Menos explícita ha sido, sin embargo, la dirigente irlandesa del Sinn Féin, Michelle O’Neill –que también pugna por el referéndum de unificación con la República de Irlanda garantizado por los Acuerdos de Viernes Santo– pues no acudió a la proclamación real en el Castillo de Hillsborough, aunque firmó en el libro de condolencias y pidió respeto a sus correligionarios para la visita del monarca, tal vez porque en Irlanda del Norte los nacionalistas han transitado ya del odio irracional a lo británico, al respeto hacia sus instituciones.
Salvando la enorme distancia que a los españoles nos separa del Reino Unido, me pregunto si un acontecimiento como el que allí se ha vivido tendría una réplica similar a la británica. Avanzar una respuesta es difícil porque nunca se sabe cuál va a ser el impacto emocional y moral de un hecho de esa naturaleza. Algunos son escépticos, pero los viejos del lugar recordamos que, al morir Franco, fueron muchos los que acudieron a su sepelio para, tras un proceso azaroso e incierto, abrazar después la democracia aprovechando los resquicios institucionales del régimen establecido.