RICARDO ARANA-EL CORREO

  • Además de erróneas y fallidas, las políticas lingüísticas que olvidan a las personas pueder servir de excusa para las peores acciones

Han regresado los máximos responsables del Departamento de Educación del Gobierno vasco de su viaje por Estonia y Finlandia. Son países a los que les gusta exhibir sus registros en las evaluaciones internacionales como el Informe PISA, donde se encuentran bien posicionados, y en los que resulta impensable que el contribuyente no sea informado debidamente del estado de su sistema formativo. En nuestro caso, por el contrario, su ocultación a la opinión pública, más que una hipótesis plausible, constituye una realidad cotidiana con retrasos injustificados y mutilaciones importantes cuando alcanzan su publicación.

No solo es ejemplar el respeto báltico hacia la cultura de la evaluación y su interés en obtener suficiente conocimiento de ella. Como se ha señalado, los datos del rendimiento de sus estudiantes indican que siguen estando en los primeros puestos en competencia matemática, científica o comprensión lectora, aunque las trayectorias de ambos países difieran un tanto.

Los dos Estados tienen en común una potentísima red de centros públicos (superior al 90%) que no es ajena, sino todo lo contrario, a ese éxito escolar. Una titularidad pública que va unida a una alta responsabilidad de cada centro en la definición de estrategias y obtención de resultados y una gran confianza en su profesorado. Y, sobre todo, tienen en común la consideración del papel fundamental que juega la educación en sus sociedades.

Todos los datos que ofrecen ambos Estados no son igualmente ejemplares. Por ejemplo, los resultados de los estudiantes finlandeses de habla sueca son más altos que los estudiantes de Suecia, al igual que los resultados de los rusohablantes de Estonia son más elevados que los de la vecina Rusia, pero en ambos casos son inferiores a los de sus mayorías respectivas: finesa en el caso de Finlandia o estonia en el caso de Estonia.

Son resultados que se obtienen pese a la existencia de escolarización de este alumnado en su lengua materna, que en Finlandia se mantiene, mientras que en Estonia corre grave peligro tras el anuncio realizado hace unos meses por su Gobierno de acabar progresivamente en un plazo hasta 2035 con la enseñanza en lengua rusa.

En la actualidad, la población estonia comprende aproximadamente un 70% de personas de habla estonia (una lengua urálica como el finés) y un 25% con lengua materna rusa, siendo el resto de diferentes orígenes. Las personas de origen ruso nacidas después de 1944 son en principio las destinatarias de una «ciudadanía indefinida», lo que se conoce como los ‘pasaportes grises’, teniendo sus derechos, como el de voto, limitados, soportan peores condiciones económicas y sus retribuciones vienen a ser inferiores en un 15% como media a las de aquellas personas que cuentan con nacionalidad estonia reconocida.

Sin embargo, a fecha de hoy, aún es posible en los niveles obligatorios en Estonia estudiar en ruso o en estonio indistintamente, allá donde la comunidad rusófona es amplia o incluso mayoritaria, pese a los anuncios de cambio planteados desde su Gobierno.

En Finlandia también está reconocido el derecho a la educación en lengua materna sea esta del grupo mayoritario (finés) como del minoritario (sueco) en todos los niveles de la educación obligatoria, e incluso en determinados ámbitos de la postobligatoria, al igual que para la minoría sami, que disfruta de la firma finlandesa de la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias. Y es que, según el artículo 17 de la Constitución de Finlandia, el sueco y el finés son lenguas oficialmente reconocidas y está garantizado su uso y enseñanza. Independientemente de cuál sea la lengua principal en la escuela, el alumnado debe estudiar lo que se conoce como «la otra lengua vernácula» (toinen kotimainen kieli en finés, andra inhemska språket en sueco). Y pese a que la lengua finesa posee hoy un mayor prestigio que la sueca, no es una legislación que esté previsto que vaya a alterarse.

Finlandia y Estonia caminan juntas en muchas cuestiones vinculadas a la educación. Sin embargo, parecen haberse separado drásticamente en la política lingüística. Estonia ha optado por seguir el ejemplo de la cercana Ucrania, que ha planteado la enseñanza exclusivamente en idioma ucraniano desde cuarto curso, aspecto fuertemente criticado por la Comisión de Venecia del Consejo de Europa.

Y es que, además de erróneas y fallidas, las políticas lingüísticas que olvidan a las personas corren el grave riesgo de servir de excusa para las peores acciones. Tal es el caso de Putin cuando justifica su criminal invasión de Ucrania arrogándose la defensa de una supuesta patria lingüística dispersa y en peligro que debe proteger.

¿Qué habrán reflejado las aguas del Báltico en los ojos del consejero de Educación? ¿Los buenos o los malos ejemplos? Mejor aprovechamos el período que abre el acuerdo alcanzado en el Parlamento vasco como si fuera ese largo día finlandés (berrogei egun arrunten luzerakoa) que cantaba Gari para darnos tiempo y abordar correctamente nuestra política educativa.