ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 17/09/15
· Pablo Iglesias, que se «emociona» (sic) al ver cómo una turba apalea a un policía nacional, califica a Leopoldo López de «extremista».
Las palabras de Juan Carlos Monedero sobre la condena impuesta a Leopoldo López son miserables. Miserable es la equiparación que establece entre el líder opositor venezolano, víctima de una persecución implacable por tener el valor de enfrentarse pacíficamente al chavismo, y los terroristas de ETA, autores de ochocientos asesinatos perpetrados a sangre fría. Miserable es asimilar el régimen opresor de Nicolás Maduro con la democracia española.
Triplemente miserable es criminalizar la protesta ciudadana manifestada en la calle, dar por buena la represión feroz desatada contra ella por un gobierno liberticida y culpar de las muertes acaecidas como consecuencia de esa represión a los convocantes de las marchas en vez de a los matones de gatillo fácil al servicio del poder. Es miserable rendir pleitesía con ese tipo de justificaciones a un dirigente responsable de hundir a su propio país en la miseria no sólo económica, sino sobre todo política, por mucho que uno tenga que agradecerle en términos políticos y sobre todo económicos. Y, como diría Forrest Gump, quien hace y dice cosas miserables se retrata a sí mismo como lo que es: un miserable.
Claro que si miserable es la actuación de Monedero, a cara descubierta y sin ambages, más miserable resulta la del taimado Pablo Iglesias, quien, no contento con brindar su comprensión al atropello sufrido por López, insulta su inteligencia y la nuestra llamándole «extremista» a la vez que le acusa veladamente de haber instigado un golpe de Estado. Tira la piedra y esconde la mano, como tiene por costumbre hacer. Afirma el líder podemita que «todo el mundo tiene derecho a defender sus ideas», aunque rehúsa condenar que esa defensa incruenta se pague nada menos que con trece años de cárcel en un lóbrego penal. Curiosa, la doble vara de medir de este autoproclamado apóstol de la regeneración.
Él, que propugna la liberación de los asesinos etarras una vez que la banda ha dejado de matar, se niega a interceder ante Maduro por los presos políticos venezolanos, cuyo «delito» no es otro que exponer libremente unas ideas contrarias a las de su maestro en populismo. Él, tan comprensivo con la «lucha armada» (así se refiere al tiro en la nuca o el coche bomba accionado a distancia) y las «razones políticas» de ETA, considera a Leopoldo López sospechoso de golpismo. Él, que se «emociona» (sic) al contemplar cómo una turba de su cuerda ideológica golpea salvajemente a un policía nacional indefenso, tirado en el suelo y desarmado, hasta dejarlo prácticamente inconsciente, califica al líder de la oposición venezolana de «extremista». Si no fuera tan miserable, hasta produciría hilaridad.
Lo único bueno de esta exhibición obscena es que contribuye a clarificar lo que es, significa y supone Podemos para España. Por si no tuviéramos bastante con las declaraciones hechas por sus fundadores antes de saltar a la fama, que aún se encuentran en internet pese a sus intentos de borrar tan reveladores testimonios. Por si lo acaecido en Grecia tras el triunfo del amigo «Alexis» no fuese suficientemente demostrativo del peligro inherente a lanzarse en brazos de la demagogia más burda, ha quedado meridianamente claro el respeto que inspiran a estos personajes la libertad y el pluralismo que constituyen el pan y la sal de la democracia.
Simplemente se los pasan por el arco de triunfo de sus pretensiones. Si algún día están en disposición de gobernar, ya sabemos lo que nos espera a quienes osemos discrepar públicamente: cárcel, represión y difamación, o difamación, represión y cárcel. Las barbas de Leopoldo hemos visto pelar al cero.
ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 17/09/15