Editorial-El Correo
- Reivindicar su errática gestión, arremeter contra Naciones Unidas y reclamar el Nobel de la Paz lastran la necesaria cooperación frente al caos
La mano tendida con la que Donald Trump subió ayer a la tribuna de la ONU acabó convertida en un gráfico manotazo al orden mundial, con un impacto especial en los mismos cimientos de Naciones Unidas en su ochenta aniversario. Era previsible que el presidente de Estados Unidos utilizara su discurso para reivindicar con vehemencia su gestión, salpicada de erráticas decisiones. Pero la encendida defensa de sus políticas sobre inmigración, economía y seguridad frente al legado de Joe Biden, al que trató de ridiculizar con ataques personales del todo inmorales sabiendo, además, de su delicado estado de salud, dio a su intervención un tono de beligerancia impropio para la ocasión. Impropio para la escalada bélica que tensiona al mundo y en la que su país ha asumido la más elevada responsabilidad para atajarla.
Trump arremetió contra todos en un intento por romper el aislamiento diplomático al que le aboca su enrocada adhesión al Gobierno de Israel en plena ofensiva en Gaza. Lo hizo contra el número creciente de países que apoyan la solución de los dos Estados al advertir que el reconocimiento de Palestina «es un premio muy alto para los terroristas de Hamás». Contra las potencias europeas que «compran gas y petróleo» a Rusia a pesar de sancionarla por invadir Ucrania, cuando fue el propio presidente republicano el que ha dado alas a Vladímir Putin en la negociación mientras ninguneaba a Volodímir Zelenski. Y contra la ONU por no haberle acompañado en sus políticas migratorias de imposición. Lo contrario hubiera sido para Naciones Unidas apagar del todo el faro de los derechos humanos que debe seguir siendo, pese a su evidente pérdida de influencia internacional.
En los momentos más delirantes de su mitin, el magnate volvió a negar el cambio climático -«la huella de carbono es un bulo», dijo- y acusó a la ONU de «corrupta» por no haberle concedido en el pasado la reforma de la sede en Nueva York. Reclamar, también sin rubor, el Nobel de la Paz por sus esfuerzos en poner fin a los conflictos, mientras continúa la masacre en la Franja y el asedio ruso en territorio ucraniano, constituye una mala noticia para que Naciones Unidas retome la necesaria cooperación internacional que demanda su presidente, António Guterres, para evitar el desorden mundial. Para evitar «el riesgo de caída al caos nuclear» del que alerta Guterres, son vitales el concurso de Estados Unidos y las llamadas a su presidente para que deje la vía de la unilateralidad.