Ignacio Varela-El Confidencial
- El PSOE no aumenta su caudal, pero la línea del PP viene descendiendo sostenidamente, con una subida casi simétrica de la de Vox
Tomo prestado este gráfico de la web de electomanía.es. La imagen muestra la evolución de la intención de voto en los últimos meses según el panel que se renueva semanalmente. Observen la línea de tendencia. El PP se aproximó al PSOE hasta casi alcanzarlo a finales de mayo, último tramo del estado de alarma. Desde entonces, la distancia entre los dos partidos principales se ha ido abriendo hasta regresar a una situación parecida al resultado de las últimas elecciones.
Aparentemente, en el reparto del espacio de la derecha, el primer ataque del virus fortaleció las expectativas del partido de Casado y el segundo le está sentando estupendamente al de Abascal.
El PSOE no aumenta su caudal, pero la línea del PP viene descendiendo sostenidamente, con una subida casi simétrica de la de Vox. El fenómeno se agudiza en las últimas semanas. Si esa tendencia continuara, no estaría lejos el momento en que asome el horizonte de un sorpaso en la derecha. Línea y bingo para Moncloa.
Sánchez no necesita crecer más para garantizarse una victoria cómoda. Le basta conservar los votos que tiene, siempre que se den tres circunstancias: a) que se mantenga una holgada distancia de seguridad entre el PSOE y el segundo partido, b) que el voto de la derecha permanezca fragmentado y que en él crezca lo más posible el peso de Vox, c) que la suma de la izquierda más todo el bloque nacionalista supere claramente a la derecha (lo que es casi estructural en la realidad electoral de España). Suponiendo, claro, que se preserve y consolide la alianza estratégica que le dio acceso al poder.
Lo cierto es que todo en la realidad española —empezando por el Gobierno— conspira a favor de Vox. Es difícil imaginar una alineación de los astros más propicia para un partido de sus características:
Una pandemia fuera de control que, al reactivarse, ha desnudado de forma brutal la incompetencia devastadora de la clase gobernante. Vox es el único partido nacional libre de responsabilidades de gobierno; todos los demás están pringados hasta el cuello en la catástrofe sanitaria.
Una debacle de la economía que solo espera a que se retiren los dopajes que hoy la contienen a duras penas —no pueden ser eternos— para transformarse en cataclismo social. Millones de trabajadores en el paro, una masa ingente de pequeñas y medianas empresas clausuradas, la precariedad vital adueñada de la sociedad, de nuevo la emergencia de una clase media masivamente empobrecida.
Vox es el único partido libre de responsabilidades de gobierno; todos los demás están pringados hasta el cuello en la catástrofe sanitaria
Un proceso imparable de degradación institucional y de corrosión del Estado de derecho, ambas alentadas desde el poder. Tras un lustro perdido, todas las reformas paralizadas y todas las instituciones bajo sospecha.
Un sistema territorial que se construyó sin planos y quedó inacabado y deforme, y que hoy muestra crudamente sus goteras y averías estructurales. De resultas de ello, la reaparición de pulsiones disgregadoras en un sector de la sociedad y de pulsiones centralistas en otro. Nunca se cacareó tanto la cogobernanza y nunca estuvimos más lejos de practicarla leal y cabalmente.
Una vida política emponzoñada por el sectarismo y polarizada hasta el delirio. Tierra quemada: todos los espacios de consenso arrasados cuando el consenso es más necesario que nunca. Y de camino, una ofensiva programada para desmontar el orden constitucional como el Hal-9000 de Kubrick: tornillo a tornillo.
Cualquiera de esas circunstancias, por sí misma, favorece las expectativas de un partido impugnatorio como Vox. Una fuerza de la que no se esperan soluciones, sino que haga de recipiente del vómito de quienes no soportan más, un condensador de la cólera social. Todas ellas juntas abren una caja de Pandora de la que puede salir cualquier cosa.
Esto lo han percibido los dirigentes de Vox, que se dispone a recolectar el fruto de todos los malestares acumulados. Lo menos inocente —y más peligroso— que ha hecho últimamente es montar un sindicato (se llama Solidaridad, ¿les suena?) para que su crecida no se circunscriba al campo de la derecha tradicional. Pronto les veremos trocar el ultraliberalismo económico por el proteccionismo populista que encumbró a Le Pen.
También lo han detectado en el poder. Iglesias y Sánchez ya saben que la única vía para sobrevivir a esta multicrisis es poner el país ante la dicotomía más traumática: nosotros o el fascismo. Y para que eso resulte verosímil, necesitan que Vox engorde hasta ser componente imprescindible —si no principal— de la alternativa de poder. En ello están. Por eso, hoy, la alianza más sólida —la que nace de la convergencia objetiva de intereses— es la que liga la galaxia Frankenstein con la extrema derecha.
A los de Abascal les ha podido la codicia y presentan una moción de censura perniciosa en el momento crítico que vive España y, probablemente, prematura para su propia conveniencia táctica. A corto plazo, les dará un chute de notoriedad y un par de puntos más en las encuestas, pero es posible que se vuelva contra ellos. En estos tiempos, la línea que separa demarrar y derrapar es muy fina, y Abascal puede traspasarla casi sin darse cuenta.
Iglesias y Sánchez ya saben que la única vía para sobrevivir a esta multicrisis es poner el país ante la dicotomía más traumática: nosotros o el fascismo
El PP denuncia que la moción favorece a Sánchez porque le permitirá compactar de nuevo su mayoría fundacional. Es cierto, pero el propio Casado tiene en su mano una parte del antídoto. Si no se despista ni acompleja en el discurso, y si el PP rechaza la moción por insensata y desestabilizadora, el espectacular resultado de la votación será 298 en contra frente a 52 a favor.
La noticia no será que Sánchez sale triunfante del evento, sino que todo el Parlamento español se une para parar los pies a la extrema derecha —lo que sucedería sin duda en el Bundestag o en la Asamblea Nacional francesa—. Por fin, un soplo saludable procedente de la política española. Además, quedaría neutralizado el propósito obvio de Sánchez de encajonar al PP, erigiéndose en valladar de la democracia frente a la letanía de “la derecha y la ultraderecha”.
La abstención no vale: contamina casi tanto como el voto a favor. ERC y Bildu se abstuvieron en la investidura de Sánchez y hoy hacen caja como artífices de su victoria. Pablo Casado tiene una ocasión de invertir la curva maldita del gráfico y, de paso, desactivar por una vez el descarado guiño de Abascal con la dupla gobernante, que ya dura dos años. Solo le falta un poco de valentía y un mucho de clarividencia. Admito que quizá sea mucho pedir.