JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • Ante la inestabilidad, la sociedad reacciona dando la espalda a los políticos
Al Partido Popular le han pasado rozando un par de mociones en Murcia y en Castilla y León. Mociones de censura en lenguaje estrictamente jurídico-político. Mociones como panes en lenguaje de la nueva política. Porque un instrumento democrático que durante décadas únicamente se había activado en situaciones excepcionales se ha convertido en un artefacto de uso corriente. Por la trascendencia y gravedad que supone derrocar a un Gobierno en ejercicio articulando mayorías variopintas, los partidos se tentaban la ropa antes de activar el gatillo. Estaba circunscrita, la moción, al ámbito municipal. Allí donde pesa más la política personalista y las siglas están al servicio de los políticos en lugar de al contrario. Pero con la fragmentación del arco parlamentario el valor de los escaños se ha multiplicado exponencialmente hasta el punto de que un diputado por Teruel con menos de 20.000 votos podría acabar decidiendo si España la gobiernan liberales o socialistas; o un desconocido parlamentario del grupo mixto puede mandar a casa a un presidente de Gobierno. Es una especie de ‘impeachment’, pero a la española. Sin mayorías reforzadas, sin enjuiciamiento de graves delitos políticos. Se está imponiendo un estilo donde la voluntad de los partidos, que deberían ser instrumentales, disuelve la esencia de las instituciones que garantizan la soberanía popular, el equilibrio y la separación de los poderes del Estado.

Este estado de mociones a gogó está provocando una alteración importante en la vida política española, que empieza por una suerte de Bolsa donde se cotiza el valor de los escaños pendulares. El valor puede concretarse desde una importante consejería para retener al vacilante hasta premios en especie cuyo alcance permanece en el lado oscuro. Y baja la calidad del discurso que envuelve la moción. Se ha podido comprobar desde el derrocamiento de Rajoy hasta las últimas sesiones en Murcia y en Valladolid, donde las intervenciones cruzadas han rozado el terreno de lo tosco, maleducado y vulgar. Lampante.

La siguiente secuela es que los electores dejan de conocer el destino de su voto. Ellos depositan la papeleta en la urna apostando por una idea o un liderazgo y al tercer asalto pueden contemplar cómo su voto sirve para apoyar precisamente lo contrario. Y, finalmente, este guirigay de reglas improvisadas, discursos líquidos, promesas incumplidas afecta seriamente a la estabilidad del sistema. Y ante la inestabilidad, la sociedad reacciona dando la espalda a los políticos y más credibilidad los ‘creadores de opinión’. Pero estos no se presentan a las elecciones.