Ignacio Camacho-ABC
- En los modernos mentideros madrileños se especula hasta con presidenciables de transición, catalanes por supuesto
Los antiguos mentideros de la Corte eran espacios de encuentro, por lo general en gradas como las de San Felipe el Real, donde la gente del siglo XVII se reunía para intercambiar cotilleos, rumores falsos como su nombre indica, comentarios sobre estrenos teatrales y de vez en cuando alguna noticia. El término ha perdurado en nuestros días como sinónimo de esos círculos madrileños donde se propagan, o más bien fabrican, chismes y cábalas políticas que rara vez pasan del estado de mera intriga o de material volátil para consumo de redes sociales y especulaciones periodísticas. La conspiración de salón o restaurante caro, casi siempre fallida, continúa siendo una de las principales ‘industrias’ capitalinas.
Una de las conjeturas más recurrentes en los últimos tiempos es el de la moción de censura que acabe de una vez por todas con este Gobierno. La derecha sociológica, y parte de la institucional, lleva muchos meses incubando este sueño en la remota esperanza de que Puigdemont se canse de que Sánchez le tome el pelo y decida darle una patada al tablero. Incluso se barajan algunos nombres de presidenciables encubiertos para encabezar un Gabinete de transición electoral, entre ellos un conocido lobista y un prócer de la etapa constituyente, ambos catalanes, por supuesto. El runrún cobra vuelo cada vez que Míriam Nogueras saca la fusta en el Congreso y amenaza con dejar a caer a Pedro para acabar conformándose con otra cita entre su jefe y Zapatero.
Cuando la consulesa de Junts en Madrid aludió el miércoles a «la hora del cambio» se produjo en los mentideros modernos una especie de espasmo ante la posibilidad de que estuviese anunciando un volantazo estratégico decidido en Waterloo. Feijóo, más prudente que sus seguidores, se limitó a decir algo así como «aquí estamos», curado como anda ya de espantos y quizá consciente del problema que se le vendría encima en la tesitura de aliarse, siquiera circunstancialmente, con el fugado. De momento la cosa se ha quedado ahí, en el limbo entre la expectativa y el desengaño, en la duda entre la experiencia pesimista y el positivismo pragmático.
Lo más probable es que se trate de una nueva extorsión del separatismo por el conocido método de asomar al presidente al precipicio. Por un lado los posconvergentes sienten cerca el aliento del nuevo partido xenófobo que le come los votos a mordiscos. Por otro, temen el coste de propiciar el fin del sanchismo y dar entrada a quienes quieren enviar a su líder a presidio. Acaso el plan consista en retirar del todo el respaldo al Ejecutivo ‘de corrupción’ –Yolanda ‘dixit’– y dejar la legislatura sin oxígeno, pero sin atreverse a darle el golpe decisivo por si aún pueden exprimir algún que otro beneficio. O simplemente estén reclamando, pobrecillos, un poco más de cariño, hipótesis que provocaría en la calle Génova un hondo suspiro colectivo de alivio.