Esto va muy mal, presidente, y empieza a resentirse la convivencia. La intolerancia está calando en las comidas familiares y en las peñas de amigos, tal como lo habíamos vivido ya en Euskadi. Del consenso que hizo posible la transición ya no queda nada. Alguien tendría que poner fin a esta manía de mirar hacia atrás con ira. Usted, que tiene más responsabilidad, debería dar el primer paso.
Por lo que se ve es muy difícil cogerle el punto al presente, presidente. Así se entiende que en la manifestación de Pamplona se cantara ‘Libertad sin ira’, la canción de la reforma, treinta años ya, hay que ver cómo pasa el tiempo. Alguno de sus partidarios, muy joven entonces, considera que es otra apropiación indebida, como la del lazo azul. No hay tal. Fue el himno de la Reforma Suárez y los de izquierdas nunca lo cantamos. Era la canción del ‘Sí’ al referéndum del 76, en el que nosotros pedimos la abstención. Toda la izquierda y los nacionalismos periféricos: 77,8% de participación. La extrema derecha, los franquistas, pidieron el ‘No’: el 2,57% de los votantes. ¿Cómo pueden superar ahora el 40%, según todas las encuestas? O muy mal define usted a la derecha extrema o alguna culpa le cabe en este supuesto rebrote facha.
La manifestación de las izquierdas madrileñas también era retro, aunque algo menos: se manifestaron contra Aznar y la foto de las Azores. Que aquella foto fue un error es algo que ya reconoce hasta Del Burgo, una sobreactuación de Aznar que no se correspondía con el papel de España en aquella operación. El PP ya pagó aquello en las urnas; no está bien que se lo quieran cobrar dos veces. Por otra parte, usted y su secretario de Organización tuvieron una inmejorable ocasión de ajustarle las cuentas a Tony Blair, uno de los que sí pintaba en la foto, el 3 de octubre, durante la visita que el primer ministro británico le hizo. Él fue el segundo artífice de la guerra de Irak y aún es el segundo responsable de las fuerzas de ocupación, pero usted, en lugar de afearle la conducta, le pidió consejos para su ‘proceso de paz’.
A uno le parece, presidente, que esto va muy mal y que empieza a resentirse la convivencia. Ojalá fuera cierto que la crispación es una cosa de ustedes en sus mítines de fin de semana. Lo malo es que la intolerancia está calando en las comidas familiares y en las peñas de amigos, tal como lo habíamos vivido ya en Euskadi. Vuelve la guerra de las banderas, pero a lo grande.
Nunca he llevado una bandera a una manifestación ni a ningún acto de masas. Los que vivimos en lugares gobernados por nacionalistas estamos vacunados contra el derroche simbólico, aunque por eso mismo no me parece mal que los manifestantes del PP las lleven y hagan sonar los himnos que les gusten.
Vamos mal. De aquel consenso que hizo posible la transición no queda ya nada: ni sobre el terrorismo, ni en política exterior, en educación o sobre el agua. Y ahora el disenso se alarga hasta los símbolos, esa bandera que Carrillo enseñó a respetar a las izquierdas en abril de 1977 (era la de la gallina, que conste; para preconstitucional, la republicana), aunque ahora no se acuerde o diga que mintió para salir del paso.
A uno, presidente, no le va la moda retro y cree que alguien tendría que poner fin a esta puta y recurrente manía de mirar hacia atrás con ira. Usted, que tiene más responsabilidad, debería dar el primer paso.
Santiago González, EL CORREO, 20/3/2007