La extensión del modelo de inmersión en euskera, con el 75% del alumnado de la enseñanza obligatoria que cursa sus estudios en esta modalidad en la actualidad, no está ofreciendo los resultados prometidos. Los datos, certificados en distintas y recientes evaluaciones, expresan la magnitud del retroceso que estamos sufriendo, tanto en la competencia lingüística en castellano como en euskera (pese al mayor tiempo de exposición a esta lengua), al igual que en las competencias no lingüísticas, caso de las matemáticas o las ciencias. En algunas materias, no hay constancia registrada incluso de tal déficit de resultados.
Pretender convertir este modelo soportado sobre una única lengua de instrucción en alternativa exclusiva de escolarización supone un error que puede hacer más endeble aún nuestro sistema educativo, y alzar un obstáculo insalvable para la obtención de buenos resultados a quienes no tienen el euskera como lengua en su entorno más próximo y cuentan con menos medios.
Nunca es idéntico el itinerario en el aprendizaje de las lenguas de cada estudiante. Ni cubren el mismo recorrido ni adquieren al final de la escolaridad la misma competencia lingüística quienes conocen nuestras dos lenguas oficiales desde su entorno más próximo, quienes conocen solo una de ellas, o quienes desconocen ambas porque utilizan otra distinta. Evidentemente, el sistema educativo pretende que todo el alumnado alcance un nivel mínimo, aunque sabe que no todos obtendrán el mismo rendimiento. Y aquí toca ser especialmente cuidadoso para que los esfuerzos de integración lingüística y aumento del conocimiento del euskera no acaben generando una segregación por resultados, como está ocurriendo actualmente.
Sin embargo, es posible avanzar en igualdad real y altos rendimientos, y en ese sentido, las políticas que se sigan con la lengua de instrucción son determinantes para el éxito o el fracaso escolar, porque nuestro conocimiento se produce o se transmite a través de la lengua. Como señala el Banco Mundial, «las políticas de lengua de instrucción adecuadas facilitan el aprendizaje», mientras que por el contrario «los resultados de aprendizaje sorprendentemente bajos pueden ser el reflejo de políticas de lengua de instrucción inadecuadas». Y estamos precisamente en esa situación.
Por todo ello, la solución de ampliar el conocimiento de euskera y mejorar al mismo tiempo los resultados en todas las demás competencias no pasa por incrementar sin límite la exposición escolar a una sola de las lenguas oficiales, olvidar el tratamiento integrado e integral con el que se deben trabajar todos los idiomas, o reforzar exclusivamente un área. Esto es, no pasa por expandir o implantar un modelo lingüístico de talla única, injusto e ineficaz. La solución es un auténtico marco plurilingüe diferente del actual, que facilite a los centros mayor flexibilidad y posibilidad de proporcionar a su alumnado una competencia suficiente sobre el conjunto del currículo.