Modestia histórica

  • Deconstruir el sistema político tiene más peso que exhumar a un muerto

IGNACIO CAMACHO-ABC

A Sánchez le ponen un atril y se sube a él para pavonearse como un gallo en un palo. Dado que en la calle no le piropean mucho debido a la fobia social que despierta, prefiere los recintos cerrados llenos de partidarios o los masajes complacientes de sus palmeros mediáticos. A la espera de su gran momento en la presidencia rotatoria europea, que tiene poco mérito porque toca por turno (¿sabe alguien que este semestre le corresponde a Chequia?), se ha hecho aplaudir este fin de semana en la Internacional Socialista, esa organización deprimida que desde que Willy Brandt dejó de presidirla no ha dejado de perder influencia y nombradía. Se conoce que el peloteo le supo a poco y ayer aprovechó un homenaje a Almudena Grandes para fanfarronear de haber desenterrado un cadáver. Lleno de modestia se desentendió por un ratito de la desaparecida escritora para proclamar que la exhumación de Franco es «una de las cosas por las que pasaré a la Historia». Nótese la humildad del sintagma «una de las cosas», confesión recatada que permite colegir una pronta enumeración de las otras.

Como son tantas conviene ir recordando algunas, por si su timidez le impide incorporarlas al relato. Pasará a la Historia por haber indultado a los autores de una insurrección separatista en pago por su imprescindible apoyo parlamentario. Pasará a la Historia por ser el gobernante que negoció presupuestos y leyes del Estado con los legatarios del terrorismo vasco. Pasará a la Historia por haber metido a cinco ministros comunistas en el Ejecutivo, y por ser el primer presidente que firmó dos decretos de alarma inconstitucionales seguidos. Pasará a la Historia por haber sido incapaz de elaborar un registro fiable de fallecimientos por coronavirus. Pasará a la Historia por batir el récord de gasto en asesores a su servicio. Pasará a la Historia como el jefe del Gobierno que reconoció –en secreto– la pertenencia del Sáhara a Marruecos. Y por supuesto, por el acuerdo alcanzado en tiempo récord con el partido que según sus propias palabras le quitaba el sueño.

Pero el verdadero fondo de su legado, a falta de lo que aún pueda hacer en un año, es por una parte la polarización civil, el regreso a la política de enfrentamiento de bandos, la demonización del adversario, y por otra la deconstrucción de las instituciones y el vaciado de los mecanismos de control y contrapeso. Es decir, la reanudación de un proceso –ya iniciado por Zapatero– de metamorfosis subrepticia de las reglas de juego que desde la Transición venían configurando el orden sistémico. La voladura de los consensos, la cancelación de los espacios de centro: el anhelo fundacional de Podemos que el sanchismo ha hecho suyo como proyecto estratégico. Tal vez nada de eso figure en el recuento presidencial de éxitos pero como balance histórico tiene mucho más peso que la hazaña de remover de su tumba a un muerto.