Javier Caraballo-El Confidencial
El Gobierno necesita ahora más que nunca rodearse de aliados coyunturales, del resto de fuerzas políticas y de consejeros experimentados
Modestia, Pedro Sánchez, modestia; porque el problema que tiene el confinamiento de toda la sociedad es que los embustes de la política que antes podían disolverse en otros debates, en otras preocupaciones, ahora adquieren una dimensión distinta, amplificada. El coronavirus también ha contagiado todas las conversaciones, todas las elucubraciones, y en el estado de ánimo que provoca el confinamiento, que genera ansiedad, las mentiras en política son mentiras multiplicadas.
Por ejemplo, eso que repite el presidente en todas sus intervenciones de que «toda Europa llegó tarde, pero España actuó antes» contra los contagios de Covid-19. Es una grave equivocación seguir intentado que, de tanto repetirlo, la falsedad se convierta en certeza, porque en esta crisis todos somos doctorados en lo que ha ocurrido. Nadie va a olvidarlo y, a media que vaya pasando el tiempo, es muy probable que lo que se vayan conociendo sean nuevos detalles de una decisión tardía que acabó en desastre.
Es verdad que el Gobierno de España no ha sido el único en equivocarse en el mundo, pero nada más. Decir la verdad, admitir ante la gente la simpleza de que se equivocaron al no valorar la gravedad de esta pandemia, que se confiaron en las estimaciones y las predicciones más positivas, más optimistas, y que aquello fue un grave error, es un ejercicio de honestidad que le fortalecerá. Si sus asesores le dicen lo contrario, si insisten en esa ridícula perseverancia de ponerse como ejemplo de eficacia y buen gobierno ante la pandemia, que sepa el presidente que solo están consolando hipócritamente al rey desnudo.
Admitir ante la gente que se equivocaron al no valorar la gravedad de esta pandemia es un ejercicio de honestidad que le fortalecerá
Modestia, Pedro Sánchez, modestia, porque una de las grandes enseñanzas de la vida, que todos acabamos aprendiendo antes o después, es que el autoengaño puede llegar a destruir a una persona. No es lo mismo que la mentira, el autoengaño es mucho más dañino en el ser humano y cuando el fenómeno se da en un gobernante, el problema añadido es que las consecuencias las pagan los ciudadanos, la sociedad en su conjunto. Lo dice cualquier manual de psicología: mientras que en la mentira la persona es consciente de que no está diciendo la verdad, el autoengaño se produce cuando una persona altera en su cabeza la percepción de la realidad de tal forma que termina considerando como verdadero aquello que es falso.
El mentiroso sabe lo que dice, mientras que quien se autoengaña está en la inopia de su propia quimera. En política, siempre se han dado ambos vicios, la mentira y el autoengaño, pero este último es más común en el entorno de los gobernantes. Por norma general, los dirigentes acaban rodeándose de fieles que solo aplauden sus decisiones y ocultan toda crítica. En la gestión de las grandes crisis, puede ser catastrófico, porque se acaban tomando decisiones en función de una realidad inventada, ilusoria, diseñada para complacerlos. El gobernante construye su propia versión, despegada de la verdad, y toma decisiones acordes a esa realidad inexistente; ese es el paroxismo del autoengaño. Si el Gobierno de Pedro Sánchez sigue pensando que su actuación en esta pandemia ha sido modélica, nada habrá de corregir en el futuro porque carece de sentido modificar aquello que ha funcionado a la perfección.
Con lo cual, nadie nos garantiza que vuelva a pasar. Se podrían añadir muchos ejemplos más de los efectos perversos del autoengaño, desde la visión deformada del tejido empresarial español hasta la humillante carencia de medios de protección que siguen soportando en muchos hospitales de España, en muchos cuarteles de la Guardia Civil y en muchas comisarías de Policía.
Modestia, Pedro Sánchez, modestia, porque cuando a un presidente del Gobierno le cae sobre los hombros una catástrofe tan grande, nadie puede pretender soportarlo solo, solucionarlo solo. El ensimismamiento, y hasta los golpes de autoritarismo, puede provocar el aplastamiento de quien pretenda acaparar toda la responsabilidad de las decisiones que se adoptan. Es justo al contrario, un presidente de Gobierno necesita más que nunca rodearse de aliados coyunturales, de fuerzas políticas que no lo apoyaron como presidente del Gobierno, y de consejeros experimentados, de todos aquellos dirigentes, incluso de su propio partido político, que ya no están en activo pero que conservan una gran experiencia de poder.
Los presidentes autonómicos, dentro del mismo estado de alarma, son esenciales para que la gestión de la crisis sea más eficaz
Hay miles de muertos en España por coronavirus —quizás haga falta más tiempo para que contemplemos la tragedia en su verdadera dimensión, porque se dice, se escribe, y es difícil hacerse a la idea— y el presidente del Gobierno de España no mantiene ninguna relación fluida con los presidentes autonómicos de todas las comunidades de España ni con los líderes de los principales partidos de la oposición, ni, siquiera, con los expresidentes de su propio partido, como Felipe González, al que ni siquiera ha llamado.
Los presidentes autonómicos, dentro del mismo estado de alarma, son esenciales para que la gestión de la crisis sea más eficaz; los líderes de la oposición son imprescindibles para conseguir un pacto de Estado que supere la confrontación política habitual, y los expresidentes del Gobierno son necesarios para consolidar el prestigio interior y exterior, sobre todo europeo, cuando se planteen propuestas comunes que afecten a todos en esta globalización.
Ningún contacto no rutinario fuera de los muros del Palacio de la Moncloa cuatro semanas después de haberse iniciado el confinamiento. Y sin embargo: «Mi propuesta es sincera, lo digo de corazón: la oposición, toda sin excepción, debe ser parte de la reconstrucción económica y social. Nos necesitamos todos para volver a poner en marcha este país». Reparemos en la construcción de esa frase de su última intervención, en la elección de las palabras, ‘sinceridad de corazón’. Pues eso.