- Y, para que no quedaran dudas, Illa tomó posesión del cargo sin la bandera de España, a la cual debe honrar como representante ordinario del Estado en Cataluña
En este ecuador de agosto, echa una un vistazo a la prensa fan de Taylor Sánchez y se le encoge el alma con la pirotecnia lingüística de los colegas sincronizados: Cataluña entierra el independentismo; Illa construye sobre las cenizas del procés; el PSC emerge como un nuevo partido del orden; Illa cambiará todo sin romper nada; Cataluña reordena el tablero… Y es entonces cuando cree estar viendo una película de ciencia ficción. Porque si nos acogemos a los hechos fehacientes, comprobamos que el filósofo Illa, que solo ha ejercido durante toda su vida la filosofía crematística del cargo público, es un consentidor del nacionalismo catalán, solo que con gafas y cara de no haber roto un plato, y vamos que si los ha roto: a docenas.
Su discurso de investidura, un tostón olímpico leído íntegramente en catalán a pesar de que el castellano es la lengua mayoritaria en esa región, fue una declaración de intenciones no precisamente de un presidente leal a España. Pidió que no se encarcelara a Puigdemont, que a esa hora le contraprogramaba desapareciendo delante de las narices de un cuerpo de policía cómplice; otorgó a la nación española una naturaleza plurinacional, que contraviene la letra y el espíritu del artículo 2 de la Constitución («la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles»); apuntaló el cupo catalán que acabará con la solidaridad interregional, y prometió blindar la lengua propia frente a la que compartimos todos.
Es decir, vino a anunciar que seguirá incumpliendo el fallo que obliga a un 25 % de castellano –materia en la que ya apoyó a ERC con una figura legal de insumisión a la sentencia del TSJC–, y que trabajará por la prevalencia del catalán sobre el castellano en la educación. Y aquí lo más sangrante es que este Illa tan conciliador, que va a desinflamar el «conflicto», se dispone a apoyar que haya «vigilantes» que velen por que los niños no usen el castellano en las actividades extraescolares. Una suerte de gran hermano fascista, pero implementado por un señor «con flema y buen talante».
El mismo que se ha comprometido con la menguante Esquerra para que haya comisarios en los ambulatorios de Cataluña que impulsen el uso del catalán entre los médicos, muchos de los cuales no están por la labor. Ese mirlo blanco que aplicará una subida del 12 % de presupuesto a la Corporación catalana de Medios Audiovisuales para convencer a los jóvenes que no vean sus pelis preferidas en castellano, sino en catalán, un idioma universal y extendidísimo, como todo el mundo sabe. Porque a pesar de toda la malversación de dinero público dedicada a masacrar el castellano e imponer el catalán, el uso de este último se ha hundido, cayendo 15 puntos entre los chicos de 15 a 34 años, que no lo utilizan en whatsapp, ni en las redes sociales y menos en las plataformas audiovisuales. Igual es que los jóvenes catalanes han salido más listos y con mayor visión de futuro que sus trogloditas políticos.
Y, para que no quedaran dudas, este Bismarck del PSC tomó posesión del cargo sin la bandera de España, a la cual debe honrar como representante ordinario del Estado en Cataluña, que esto es lo que es el presidente de la Generalitat. En ese acto, el Pericles de la política catalana prometió «por mi conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo de president de la Generalitat con fidelidad al Rey, a la Constitución, al Estatut de Autonomía y a las instituciones nacionales de Catalunya». Lo primero que hay que cuestionarse es qué conciencia tiene aquel que dijo que jamás pactaría con ERC, que la amnistía era impensable en España y que gestionó la pandemia con mentiras sobre el número de víctimas, retrasos en la toma de decisiones y contratos públicos de material sanitario para amiguetes que todavía se están investigando en los juzgados. Además, no sé a qué instituciones nacionales catalanas se refiere: no existen. Luego el susodicho elogió a sus antecesores, entre los que se contaban corruptos como Pujol, malversadores como Mas, forajidos como Puigdemont, racistas como Torra y, todos ellos, golpistas contra el orden establecido.
Así que puede el orfeón sanchista desgañitarse para vender las bondades del nuevo Molt honorable, pero no tragamos. Él sí tragará; de hecho, ya se ha comido y digerido todo el panfleto ideológico del separatismo.