IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La efeméride del derrotismo noventayochista coincide con un nuevo ciclo de fracaso institucional y crisis autodestructiva

La generación del 98, de la que hoy comienza el 125 aniversario, es el punto de inflexión del derrotismo español. Tiene su lógica porque los acontecimientos de ese año, el de la simbólica pérdida de Cuba y Filipinas, alteraron la estabilidad de la Restauración y engendraron en las élites nacionales un estado de ánimo de pesimismo histórico. El peso específico de los intelectuales noventayochistas impregna la mentalidad colectiva de casi todo el siglo XX, hasta que la refundación democrática tras el franquismo logró aflorar un cierto sentimiento de autoestima no demasiado duradero: en la primera década del XXI ya había empezado el cuestionamiento de la Transición como historia de éxito. Nuestros viejos demonios familiares nunca permanecen encerrados demasiado tiempo.

Aquella alineación de escritores constituye un fenómeno cultural extraordinario. Baroja, Azorín, Unamuno, Maeztu y Machado forman una ‘delantera’ de prestigio imbatible, a la que hay que sumar a Valle, Ganivet, Carmen de Burgos, Concha Espina y, en algunos aspectos, el Galdós tardío y Pérez de Ayala, más artistas y músicos como Zuloaga, Sorolla, Falla, Albéniz o Granados. La generación del 27 –Cernuda la llamó del 25– puede igualarla en talento y brillantez pero hizo más literatura que pensamiento. El concepto nuclear del noventayochismo, en su variedad de géneros, es una reflexión sobre España como fracaso y todo lo ocurrido después, la República, la guerra y la larga dictadura, avala aquel oscuro presentimiento de descalabro.

El enfoque actual de la efeméride no puede disociarse de un nuevo ciclo de estrés civil, de crisis social y política, aunque falte distancia cronológica para un análisis de perspectiva. La degradación institucional, el auge de los populismos, la polarización banderiza de la sociedad y el permanente desafío contra la integridad territorial perfilan un ‘momentum’ de tentación suicida. Hace un siglo y cuarto la chispa de la depresión saltó a partir de factores exógenos que desencadenaron una potente sensación de declive, de debilidad interna a partir de la caída definitiva del imperio. Hoy, la amenaza viene de dentro. Del extravío de los valores democráticos, de la renuncia al consenso, del letal empeño rupturista en un proceso destituyente encubierto.

Algo grave sucede cuando el discurso del Rey en Nochebuena, una rutina en cualquier jefatura de Estado europea, incluye una mención enfática, alarmada, al peligro de quiebra de la convivencia. Eso da una idea de la anomalía autodestructiva que estamos viviendo sin que dispongamos siquiera de una intelectualidad con conciencia crítica para ponerla de manifiesto. El pesimismo del 98 nacía de un patriotismo tan dolorido como sincero. Ahora cualquier visión de España como proyecto está condenada al desaliento. A un maldito estigma de desdén, malquerencia, banalidad o simple silencio.