ABC-IGNACIO CAMACHO
¿Quedará algún español, incluido Pablo Iglesias, que pueda fiarse de la palabra de Sánchez?
LO más llamativo es la desfachatez, el cinismo para no sonrojarse. Desde la noche del domingo, cuando el escrutinio le cantó el éxito «redondo» de su jugada maestra, Sánchez era perfectamente consciente de que se iba a tener que tragar la célebre declaración sobre el insomnio que le producía –a él «y al 95 por ciento de los españoles», había añadido para mayor recochineo– la idea de tener a Iglesias de vicepresidente. De que iba a haber rechifla general cuando se comiese su veto con habitas y Chianti, como se zampaba su menú de caníbal Hannibal Lecter. Ayer se debió de tomar una caja de barbitúricos para dormir y otra de antiácidos para mantener la sonrisa cuando el hombre que no le dejaba conciliar el sueño le dio un abrazo mientras en el país estallaba el jolgorio a cuenta de su vigilia en ese también célebre colchón monclovita, que acaso vaya a ser el único elemento del palacete que no tenga que compartir con su flamante socio. Moncloa bien vale un ridículo. Ande yo caliente y ríase la gente.
Pero sucede que en aquellos días de verano, el presidente utilizó más argumentos que el del desvelo, y más serios, para justificar su negativa a la coalición. Dijo, por ejemplo, que la UE era claramente reacia a ese proyecto porque lo consideraba contraproducente para la estabilidad presupuestaria. Dijo que no podría fiarse del secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros. Dijo que no podía compartir la dirección del Estado con una formación partidaria de la autodeterminación de Cataluña. Dijo que necesitaba «un vicepresidente que defienda la democracia y no diga que en España hay presos políticos». Dijo que Iglesias no controlaba su propia organización. Dijo que un pacto de ese tipo significaría la existencia de «dos ejecutivos en uno». Dijo que Podemos no tenía dirigentes con experiencia «política ni de gestión» para encargarse de una cartera. Dijo que no habría una segunda oportunidad.
Y no fue sólo él. Colaboradores de la ejecutiva hablaban de la conflictiva, imposible coexistencia de «dos gallos en el mismo corral». Un miembro (o miembra, que diría Bibiana Aído) del Gabinete expresó ante este cronista su recelo de que los ministros podemitas desestabilizaran las relaciones con Marruecos o con los aliados de la Defensa atlántica, de que sembraran la desconfianza entre las fuerzas de seguridad o de que cuestionaran la Corona. Motivos consistentes, lúcidos, incluso patrióticamente irreprochables. Y siguen intactos porque la otra «parte contratante» no se ha movido ni ha cambiado. Pero tan firmes convicciones de razón objetiva se han vuelto reversibles con la simple pérdida de tres escaños.
Esos tres escaños menos van a convertir a Sánchez en presidente de un Gobierno de Podemos y del frente anticonstitucional. La cuestión es si después de lo de ayer quedará algún español, incluido Pablo Iglesias, capaz de fiarse de su palabra.