- Quienes cuando se publicaron mensajes de Rajoy y de otros, entre ellos Urdangarin, se mostraron encantados, ahora consideran delito publicarlos. Mera distracción del personal. No constituyen delito al ser reconocidos públicamente por uno de los protagonistas
Para no dar más vueltas a los mensajes desvelados –según él autorizados– por Ábalos, vi el primer capítulo de la serie «Moncloa. Cuatro estaciones», el culebrón protagonizado por Sánchez, en HuffPost, El País y la SER, todo queda en casa. Lo dejé a medias cuando el presidente señaló que el papel de un dirigente es salir a la calle, y que él lo hacía. La risa sorda me impidió seguir. Pensé en tantos abucheos a Sánchez las veces que pone un pie en la calle, que son casi ninguna.
Los abucheos crecen. Hasta apagaron en Huesca la alegría de Alegría, catapultada por Sánchez a Aragón, un anticipo de despedida. El más inhábil fue el pobre Óscar López, rodeado de protestas en la pradera de San Isidro. Declaró a los periodistas que eran «grupos pagados». Su caletre no da para más. Algo parecido dijo Sánchez, cagado de miedo, en Paiporta, y se lo tragó tras confirmarse que eran ciudadanos cabreados. Confieso que decidí ver ese serial, dedicado a la mayor gloria de Sánchez, por aburrimiento y curiosidad; me arrepiento. Programé El Padrino. Brando interpreta a un mafioso con clase.
Tras mi decepción con el culebrón monclovita, vuelvo a los mensajes que han llenado la semana. Son interesantes las reacciones. Esther Peña, portavoz de Ferraz, opinó que «tratan asuntos que están en los juzgados», mientras la alegre Alegría señalaba que «nada tienen que ver con una causa judicial abierta». No sé si esta vez el sí será no o el no será sí. La Justicia investiga el caso de Air Europa. En general las reacciones del sanchismo han coincidido, siempre lo hacen, y con las mismas palabras, estilo papagayo. Ya se sabe: bulos, fango, seudo medios, ultraderecha, intoxicación… Son así. Y el sanchismo consigue que mientras se discute si es lícito o no airear comunicaciones privadas, nos olvidemos de lo fundamental: que el presidente del Gobierno haya podido favorecer a una empresa en la que colabora su mujer. No sólo no se inhibió en el Consejo de Ministros que lo decidió, sino que, según los mensajes, dio instrucciones previas. Cosa de nada: 475 millones, aumentada la cantidad prevista y rebajados los plazos.
Quienes cuando se publicaron mensajes de Rajoy y de otros, entre ellos Urdangarin, se mostraron encantados, ahora consideran delito publicarlos. Mera distracción del personal. No constituyen delito al ser reconocidos públicamente por uno de los protagonistas. La presunta revelación de secretos del fiscal general del Estado sobre la pareja de Ayuso, que debería custodiar la Agencia Tributaria, parece un tema baladí, y ahí sigue el ínclito García Ortiz. No dimite. Su dignidad por el suelo y una herencia negativa para la honrada carrera a la que pertenece. Desde un Gobierno indigno se pueden tomar decisiones buenas y malas, pero deben existir ciertos límites. El PSOE siempre se los saltó. Pienso, en su momento, en los GAL o, en orden menos grave, en el video que montaron a Pedro J. Ramírez.
El vidrioso asunto de los mensajes no sabemos qué repercusión tendrá. Por otro lado, la fiscalía, jerarquizada, pide el archivo del procedimiento contra el hermanísimo, el único caso de un nombramiento público en el que el favorecido no conoce su lugar de trabajo y buscaba piso en la ciudad en la que sería fichado antes de salir a concurso su plaza, que los demás optantes sabían que se le destinaba. Una vergüenza que los subordinados de García Ortiz se ven obligados a tapar.
En el afán de disfrazar el fondo de los mensajes insistiendo en su procedencia, se distinguió la Marisu Montero de la mano quemada; la que apostó por su jefe de gabinete La locuaz Marisu insinuó la filtración a la Guardia Civil, otra desvergüenza. El episodio negro en la historia de la Benemérita fue Luis Roldán, nombrado por un Gobierno socialista. Ahora Bolaños condena su mano al fuego por Santos Cerdán, un asunto que se veía venir. Otro manco en ciernes. Antes las manos se perdían o se dañaban en hechos valientes, pensemos en Cervantes. Ahora se queman por tapar a personajillos bajo sospecha.
Las cuatro estaciones de Sánchez en Moncloa se acercan al fin. Le traiciona el semblante. Ábalos no le acusará. Enseña la patita, pero sabe cómo las gasta el Amo. Pero Koldo también tiene voz. Aunque nadie desea que, cuando ya no puedan oírlo, se diga: «Fue un accidente». Ya dije que volví a ver «El Padrino».