Las denuncias por violencia sexual y acoso laboral contra Francisco Salazar no son sólo evidencias de una conducta individual abyecta.
Son la radiografía de una quiebra moral e institucional en el corazón del Gobierno.
Porque es de una gravedad extrema que el partido que ha hecho del feminismo su bandera, legislando en base a la tesis de que el Estado paternalista es el garante último de la seguridad de las mujeres, haya convertido el Palacio de la Moncloa en un entorno hostil para sus propias trabajadoras.
Y peor aún. Que haya apagado deliberadamente los mecanismos de alerta en cuanto estos han amenazado la estabilidad del presidente del Gobierno.
La paradoja es flagrante. Mientras el Ejecutivo de Pedro Sánchez se rasgaba las vestiduras ante cualquier conato de machismo en la esfera pública, y sólo hay que recordar el caso de Luis Rubiales, elevado prácticamente a conflicto de Estado, en los despachos de Presidencia (la «sala de máquinas» del poder) operaba una impunidad absoluta.
Las descripciones de los hechos protagonizados por Salazar, que incluyen exhibicionismo y humillaciones verbales constantes, retratan un abuso de poder de manual.
Sin embargo, lo que transforma este caso en un escándalo político de primer orden es la gestión del silencio.
El PSOE se enfrenta hoy a una pregunta que no puede responder con excusas técnicas. ¿Por qué desaparecieron las denuncias de las víctimas de Salazar?
La justificación de Ferraz, aludiendo a un protocolo informático que aparca los expedientes tras tres meses de inactividad, es un insulto a la inteligencia y a las víctimas.
Esas denuncias no se esfumaron por un error de software, sino por una decisión política de inacción.
Al no tramitarlas, al dejarlas morir en un cajón digital, el partido envió un mensaje devastador: el canal de denuncias en el PSOE y en el Gobierno no es una herramienta de protección, sino una trituradora de escándalos. Pedro Sánchez, en resumen, sepulta en privado lo que exige a todas las empresas e instituciones españolas en público: protocolos contra el acoso y en defensa de la igualdad de las mujeres.
Prueba de que el caso Salazar ha tocado una fibra sensible en el PSOE es que la reunión de urgencia convocada por la Secretaría de Igualdad del partido con todas las secretarias de Igualdad de las federaciones concluyó ayer al filo de la medianoche con el enfado de todas las participantes.
La reunión, celebrada en un clima de profunda indignación y malestar por la pasividad del PSOE frente a las denuncias que afectan al núcleo más cercano a Pedro Sánchez, no cerró la herida e incluso tuvo que ser finiquitada apresuradamente silenciando los micrófonos de las participantes.
Ferraz intentó calmar a sus secretarias de Igualdad reconociendo su “falta de diligencia”, pero la aparición de un nuevo caso en Málaga amenaza con escalar el caso Salazar para convertirlo en una causa general sobre la violencia machista dentro del partido.
Este caso toca además una fibra sensible en la biografía política del presidente. Porque Paco Salazar no es un tecnócrata cualquiera; fue el «quinto pasajero» del famoso Peugeot con el que Pedro Sánchez recorrió España en las primarias.
Salazar pertenecía al núcleo fundacional del sanchismo, ese grupo de fieles que hoy aparece arrasado. Como ocurrió con José Luis Ábalos, la sombra de la sospecha mancha ahora a quienes acompañaron al líder en su origen.
La relación entre Sánchez y Salazar añade una capa de oscuridad inquietante. Aunque fue destituido formalmente en julio (un movimiento que ahora se lee como un intento de cortafuegos), su influencia no cesó.
La duda sobre cuánto sabía el presidente y desde cuándo lo sabía es legítima y necesaria. Si Sánchez conocía los comportamientos de su colaborador y se limitó a apartarlo discretamente sin denunciarlo, la complicidad política con el presunto acosador sería total.
El Gobierno y el PSOE han fallado estrepitosamente. No detectó el acoso en la sede de la soberanía nacional y, cuando fue alertado, activó el protocolo de la «ofuscación» en lugar del de la justicia.
Para un Gobierno que presume de haber elevado el listón de la ejemplaridad, el caso Salazar no es una mancha; es una enmienda a la totalidad de su credibilidad feminista. En el PSOE habrá feministas. Pero, desde luego, no es un partido feminista.