Ignacio Camacho-ABC

  • Un documental sobre Sánchez no puede resultar veraz ni auténtico si el protagonista no aparece mintiendo

Michelangelo Antonioni se inspiró en un cuento de Cortázar para rodar ‘Blow-up’, un ‘thriller’ psicológico tan hermético que el propio director declaró que necesitaría hacer otra película para descifrarlo. Tanto el filme como el relato giran en torno a un misterio paranormal en el que un fotógrafo toma imágenes de un aparente paisaje cotidiano que se vuelve muy distinto e inquietante en el revelado. El anunciado estreno en ‘El País’ de un documental sobre Sánchez, realizado hace dos años sin que ninguna plataforma televisiva quisiera hacerse cargo, ha suscitado malévolos comentarios sobre la hipótesis de que su contenido contuviera fenómenos extraños al estilo de los imaginados por el cineasta italiano. Es decir, que pudiera verse en él una realidad paralela bien diferente al edulcorado retrato trazado por los guionistas para presentar al presidente en su ambiente familiar y de trabajo. Una especie de ‘poltergeist’ capaz de provocar efectos involuntarios.

Pero ese tipo de cosas sólo sucede en la ficción, aunque el rodaje también lo sea en la medida en que se trata de un producto de propaganda. No parece probable que se cuelen en la emisión secuencias de fantasmas: por ejemplo la de Begoña Gómez reunida en un despacho oficial con autoridades universitarias para tratar de sus actividades privadas, o la de las entradas y salidas de ciertos visitadores de confianza, o la del móvil del primer ministro con el nombre de Ábalos iluminando la pantalla durante la lectura de prensa de la mañana. O esas broncas a mandíbula crispada de las que algunos excolaboradores del gabinete hablan en voz baja. Episodios de la Moncloa real, tal vez de aquellos cinco días de reflexión o de la redacción de la carta –si es que se escribió allí– en que el Gobierno aceptaba la soberanía marroquí del Sáhara. Algo más interesante que los tradicionales montajes donde los protagonistas-actores fingen naturalidad ante la cámara.

Eso sería ‘cinema-verité’, aire fresco, en todo caso un material menos trivial que los desayunos conyugales, las conversaciones por teléfono con presuntos mandatarios extranjeros, el trajín de las cocinas monclovitas o los repasos del orden del día con el personal subalterno. Secuencias de aparición espontánea, como las de ‘Blow-up’, que en medio de la mixtificación publicitaria transparentasen aspectos monclovitas inéditos o secretos. Porque un documental sobre Sánchez no puede ser verdadero si el sujeto principal no aparece mintiendo. Aunque, bien mirado, toda la serie es en sí misma una mentira, una fabulación, un invento, y esa condición le otorga, paradójicamente, un tono veraz puesto que el carácter del personaje sólo puede reflejarse con acierto a través de un artificio fraudulento. La simulación se convierte así en parte esencial del juego en un contexto donde la falsedad y la impostura representan el único elemento auténtico.