EL MUNDO 19/10/13
ARCADI ESPADA
Querido J:
Ya te he comentado alguna vez que el icono principal del alba catalana es la llamada Teresa Forcades, monja, una benedictina del Monaterio de Montserrat metida en política. Le habrás visto la toca, porque su toca cabalga y corta el viento del minifundio catalán mientras su voz va repitiendo, por todo mensaje inteligible, «proceso constituyente, proceso constituyente». No tiene la menor importancia lo que este sintagma quiera decir, como nada de lo que dice la monja. Desde el punto de vista de la articulación del pensamiento la monja es nada, y su presencia humana sólo sirve para suscitar de nuevo la pregunta de Leibniz, retocada, por qué no hay nada en vez de algo. En realidad, yo te escribo esta carta con el central propósito de advertirte de que la monja Forcades lleva pantalones. Toca y pantalones. Ella prefiere, sin embargo, mostrarse siempre de medio cuerpo; y lo comprendo, porque pantalones los lleva cualquiera. Es la toca lo que trae loco al sistema comunicativo catalán. Como el alzacuellos de aquel padre Apeles traía locos a moros y cristianos de los 90. Teresa, que es astuta, lo sabe, por más que la combinación refleje con demasiada nitidez su doble vida centaura entre la clausura de Dios (a la que, por cierto, le obligan las leyes de su congregación) y la exhibición de los hombres. Las personas no pueden hacer política con uniforme: ni toca ni sable ni toga. Política democrática, naturalmente. Pero en Cataluña la toca de Forcades se festeja, porque todo el mundo comprende que se trata sólo de un elemento clave de diseño, y en Cataluña se respeta mucho el diseño inteligente.
El lugar en el mundo de la monja nadie lo ha descrito mejor que Luis Alfonso Gámez en un post omnicomprensivo de su blog Magonia. Empezaba recordando, el bravo cazador de magufos, que se hizo famosa con un vídeo sobre los presuntos peligros apocalípticos de la vacuna contra la gripe A. Yo lo vi en su momento: y me extrañó sobremanera que la monja no aludiera a la virtud del rezo, al fin y al cabo su vocación y oficio. Pocos días después, y ya convertido ese vídeo mismo en un peligroso virus más que gripal, nuestra monja era invitada al II Congreso Ciencia y Espíritu, celebrado en Barcelona; dónde si no. Y escribe Gámez, sobre aquel momento seminal: «Forcades compartió escenario aquellos dos días con negacionistas del sida, exopolíticos, defensores de que el 11-S fue un autoatentado de Estados Unidos, creyentes en la Tierra hueca, propagandistas de la contaminación electromagnética, los chemtrails, las casas piramidales con efectos terapéuticos, el alma grupal y otras chaladuras. Tengo que admitir que nunca se me pasó por la cabeza que pudiera llegar a más ni salir de esos círculos marginales».
En ese congreso y en otras intervenciones, como su campaña posterior contra la vacunación del papiloma, la monja no se ha apartado un milímetro del eje de su discurso: las compañías farmacéuticas, aliadas con innominados intereses políticos, tienen un plan para diezmar a la población humana. Una toca así, y una cabeza así, estaría destinada a aparecer en televisiones de distrito, teletiendas, en programas de nocturnidad y alevosía, siempre entre colores ruidosos, charangas abigarradas y presentadores finos como un tanga. Pero lo que hace grande el caso de la monja invacunada y la razón de que te dé su noticia es el tratamiento que sus verificadas alucinaciones reciben en Cataluña. La alusión que te he hecho a aquel remoto padre Apeles, que hoy se ha dado a la bebida, no es gratuita. Mientras que aquél fue un miembro destacado y episódico del show business, un asunto de risa, nuestra monja sienta doctrina en el prime time del discurso político catalán y es objeto frecuente de la más solemne atención mediática. Objeto frecuente, pero, sobre todo, serio. Hazte con una galería de imágenes que la muestren en plena acción discursiva. Y fíjate lo que suele tener detrás. No verás más que anagramas respetables. Universidades, centros de reflexión y debate, oficinas gubernamentales, oficinas no gubernamentales, partidos políticos, medios de comunicación. Cataluña es ese lugar sin límites, donde la monja Forcades es una autoridad científica y política.
Es imposible no relacionar el bullshit de la monja Forcades con el del nacionalismo. Al fin y al cabo, lo que dice la monja sobre las vacunas tiene la misma base científica que lo que dice Mas Colell sobre el expolio fiscal. Y ningún rasgo decisivo de naturaleza separa sus fábulas sobre la industria farmacéutica de las fábulas nacionalistas sobre la historia. Sin embargo, donde el caso de la monja golpea de un modo más redondo es sobre la izquierda. Incluso con extensiones hispánicas. El escritor Juan José Millás, por ejemplo, que hace poco fue capaz de halagarla asegurando, sin mayor pestañazo, que el tiempo ¡le había dado la razón en sus denuncias sobre las vacunas! O el improbable prócer Alberto Garzón, que se desangraba en un nuevo tuit diciendo, después de una visita al monasterio y sus nieblas: «Saliendo de Monserrat, tras tener una interesante conversación con Teresa Forcades sobre procesos constituyentes y actualidad política». Pero bien sabemos los dos que el libro a escribir es uno y eminentemente indígena y ha de llamarse La izquierda catalana: del PSUC a Teresa Forcades. Ésta será la cita de la primera página: «En 1970 los intelectuales catalanes de izquierdas, en número de 300, se encerraron en el Monasterio de Montserrat. Aún no han salido.»
Sigue con salud.
A.