Luisa Etxenike, EL PAÍS, 21/5/12
Llega ahora, varios meses después de la «Conferencia de Paz» de San Sebastián, el comunicado en el que ETA señala que se dan «condiciones suficientes para abordar en su integridad la Declaración de Aiete». No extraña que ETA esté dispuesta a ese abordaje integral; porque lo que aquella declaración recogió fue, punto por punto, su perspectiva. Comparten ambos documentos, como en un bucle, el diagnóstico: lo que aquí ha sucedido es «la última confrontación armada de Europa», derivada del «conflicto de Euskalherria con España y Francia». Y también la vía de resolución: el diálogo entre ETA y los gobiernos de esos dos países.
Ambos documentos coinciden también en otro aspecto: en el escaso protagonismo que atribuyen, en todo el proceso de «paz», a la sociedad vasca. Allí se habla de manera general y/o impersonal, del «apoyo de toda la ciudadanía», se insta a que «se adopten pasos profundos para avanzar en la reconciliación», y se ofrece la colaboración internacional. Aquí, en este comunicado, dirigido no a la ciudadanía de este país sino a la comunidad europea, ETA va más lejos en el ninguneo de la sociedad; y así, en el que me parece el punto más significativo del documento, pretende dictarnos, para variar, lo que tenemos que hacer: «ETA considera también que los agentes políticos y sociales vascos deberían abordar el diálogo político para, entre todos, dar solución a las razones del conflicto político y lograr acuerdos que garanticen un escenario de paz y libertad estable y duradero».
La pretensión de ETA parece pues clara. Por un lado, internacionalizar su final, asumiendo, imagino, que cuanto más alejado esté alguien de lo que ha sucedido en Euskadi en estos años, más fácilmente influenciable será, más permeable a la versión que los propios etarras presenten (y valga el ejemplo de las personalidades extranjeras invitadas a Aiete, entiendo que, como poco, subinformadas de nuestra realidad). Por otro, colocarse en posición de diálogo directo con los gobiernos español y francés, es decir, en estatuto de interlocutor, de igual a igual con éstos, para reforzar la idea y la imagen de un conflicto entre equivalentes; y repartir y confundir así la responsabilidad de lo sucedido en casi cinco décadas de terrorismo.
Y clara también la pretensión de ETA de quitarle protagonismo a la sociedad vasca, o de atribuírselo sólo con o como la carga de legitimar las «razones del conflicto político» y de solucionarlo. Para así, finalmente, eludir o disolver su deuda con la ciudadanía. Porque aquí no ha habido un conflicto entre equivalentes, sino la agresión de una banda armada contra una sociedad que no tenía más «armas» que las de la razón y la voluntad, cada vez más expresivas y expresadas, de la democracia. Por eso no es un diálogo lo que debe pedir ETA; sino reconocer esa responsabilidad, y asumirla en el monólogo de su final, de su disolución. Un monólogo directo; directamente dirigido a la sociedad.
Luisa Etxenike, EL PAÍS, 21/5/12