Olatz Barriuso-El Correo
Andoni Ortuzar, que fue cocinero antes que fraile, retaba ayer a encontrar el acuerdo que EH Bildu asegura haber alcanzado con el Gobierno central para flexibilizar la capacidad inversora de los ayuntamientos a cambio de su abstención en la senda de déficit. El pacto que yo firmé con Pedro Sánchez, clamaba, se podrá cumplir o no pero lo vio todo el mundo. En realidad, lo que el presidente del PNV quería apuntar, sin decirlo, es que la izquierda abertzale ha dado su plácet al techo de gasto del Gobierno PSOE-Podemos a cambio de nada. O más bien, a cambio de hacerse notar en Madrid y seguir representando su papel, más o menos reciente, de sigla vasca útil.
Tras aquel famoso titular en el que consideraba «justicia poética» que EH Bildu «ahora babee por pisar la moqueta del Congreso», el de ayer fue otro rejonazo más de Ortuzar a su eterno rival por su drástica conversión al trabajo institucional en las Cortes Generales. Las mismas, por cierto, de las que abominaba hace no tanto por considerar indigno de un buen soberanista ir a «chupar escaño» a Madrid.
Más allá del entretenido rifirrafe entre PNV y EH Bildu, la pregunta es por qué la izquierda abertzale ha descubierto a estas alturas la Villa y Corte y le ha cogido el gusto a fotografiarse con los gobernantes de turno. La respuesta tiene que ver con lo que apuntan las encuestas, incluida la que ayer difundió EiTB: que el PNV, pese a acumular décadas en el poder, no solo ha logrado acapararlo casi en su totalidad, sino que no acusa el más mínimo desgaste. Y lo logra pese a episodios sin duda desestabilizadores como el trágico derrumbe del vertedero de Zaldibar, que, de momento, no parecen afectar a las expectativas de crecimiento de Sabin Etxea.
Si los sondeos aciertan, Ortuzar podría cumplir su objetivo de ganar un escaño por territorio y seguir expandiendo su base electoral a izquierda y derecha, a soberanistas, socialcristianos de orden, progresistas y todo lo que se cruce en su camino. Porque la piedra filosofal con la que ha logrado hacerse el PNV, como han detectado sus adversarios políticos, no está tanto en la ideología sino en el monopolio de ‘lo vasco’. Y no tanto como un concepto identitario sino casi mercantil.
La necesidad que los sucesivos Gobiernos centrales han tenido del PNV para completar mayorías ha servido para ‘liberar’ en dirección a Euskadi inversiones, transferencias y acuerdos cruciales para la renovación del Concierto y el Cupo, pero a la vez ha tenido el efecto perverso de identificar al PNV no tanto con el nacionalismo, sino con ‘lo vasco’. El Grupo Vasco. Los intereses vascos. La agenda vasca. Una lluvia fina que ha calado gota a gota y que amenaza con reducir progresivamente el espacio de sus rivales. La única buena noticia, creen los perplejos no nacionalistas, incluidos sus socios de gobierno, es que mientras la estrategia les funcione viento en popa no tendrán necesidad de girar el volante ni emprender aventuras peligrosas. Magro consuelo, en todo caso.