Kepa Aulestia-El Correo
Mañana se enfrentan Junqueras y Puigdemont en las elecciones europeas; se desafían y desafían al Estado constitucional porque persiguen confrontar la legalidad española con la de la Unión
El escrutinio del 28-A no ha disipado la influencia de la crisis catalana en la política española. Aunque Pedro Sánchez pueda prescindir del independentismo para articular una mayoría de gobierno. Aunque se haya constatado que la utilización de esa crisis como ‘reserva ideológica’ presenta sus límites para las derechas. La impaciencia con que Rivera y Casado han reaccionado a las cautelas jurídicas y políticas de Meritxell Batet en la suspensión de los diputados presos -anunciando la solicitud de dimisión de la presidenta del Congreso y acusándola de prevaricación- advierte de que el independentismo seguirá siendo motivo para que la oposición proyecte sospechas sobre Sánchez. Por su parte, la negativa de ERC a acudir a la ronda de consultas del Rey, y el propósito de Junts per Catalunya de designar a Jordi Sánchez -diputado suspendido en tanto que procesado por rebelión y en prisión preventiva- para que acuda al Palacio de La Zarzuela apuntan los siguientes motivos de controversia.
El 28-A las formaciones independentistas catalanas sumaron 1.626.001 votos, frente a 2.398.867 las no independentistas. Aunque el secesionismo presume de que entre estas últimas hay 614.738 favorables al referéndum, correspondientes a En Comú. Pero es el pulso en el seno del independentismo lo que lo activa. Al tiempo que su obligada unidad apura todas las oportunidades del poder institucional. Sencillamente porque la disputa por la hegemonía secesionista niega cualquier fórmula transversal. Ninguna de las dos almas importantes del independentismo -Junqueras y Puigdemont- se atreverán a acordar nada sustantivo con el PSC o con En Comú si ello supone conceder a la otra un margen de autenticidad. Mucho menos en Madrid. Ambos independentismos hacen virtud de su insignificancia aritmética en cuanto a la gobernabilidad de España, porque así se sienten más libres. La mayoría absoluta es la mitad más uno de los miembros del Congreso, 176 sobre 350. La suspensión de los diputados independentistas no debiera modificar el mínimo necesario para la investidura de Sánchez en primera votación. De modo que a la mayoría que le respalde para gobernar le sería más conveniente -más pacífica- la sustitución inmediata de los diputados y del senador independentistas suspendidos por otros que les sigan en sus respectivas candidaturas.
A quince días de que terminen las sesiones del juicio por el 1-O, con el horizonte de que el Supremo se pronuncie en sentencia firme hacia octubre, mañana se enfrentan Junqueras y Puigdemont en las elecciones al Parlamento Europeo. Se desafían y desafían al Estado constitucional, a la espera de que su elección confronte la legalidad europea con la española en el acceso a su acta respectiva. Será el siguiente capítulo de la interminable serie, cuyo desenlace nadie se atreve a predecir. Tras ello vendrá la ineludible convocatoria de las próximas autonómicas en Cataluña; a no ser que ERC vuelva a arrugarse, y prefiera agotar la actual legislatura para mantenerse a la sombra de Joaquim Torra y las directrices de Waterloo otros dos años.
Lo distintivo del independentismo catalán es que se basa en el poder que le confiere el marco estatutario y constitucional, aunque sus constantes referencias a la voluntad popular presenten el ‘procés’ como un empeño que partiera de cero. De ahí que le resulte llevadero renunciar a la ‘ruptura unilateral’ de manera implícita, mientras insiste en su objetivo último de constituir una república propia, siempre y cuando mantenga o amplíe sus áreas de poder e influencia inmediata. La pulsión secesionista no presenta síntomas de impaciencia más que de forma residual. Porque la quimera republicana no se encuentra al final, sino que se hace realidad en el camino. El anuncio de que EH Bildu hará pública su propuesta articulada para el futuro del autogobierno tras el recuento del domingo revela, más que un punto de impaciencia, la euforia con la que la izquierda abertzale está viviendo su particular liberación de «las consecuencias del conflicto armado», como si representara la novación a la vasca de la socialdemocracia más genuina. Pero aunque los letrados adscritos a la izquierda abertzale pinten un cuadro atractivo, y no solo para sus seguidores, EH Bildu es cada vez más consciente de que su impronta depende de su acceso al poder instituido, como ha comprendido el independentismo catalán.