EL MUNDO 30/10/14
ARCADI ESPADA
LA GENTE de Podéis. Me disculpará el dilector que no los llame por su nombre, pero me disgusta que me metan en sus manejos y me ganen para su causa, así, sin pagar. No es preciso deletrear sus objetivos políticos: su autoritarismo se declina en el nombre. La próxima encuesta del Cis va a darles una alta intención de voto, entre PP y PSOE o incluso por encima de ellos. Conozco muchas personas que se frotan los ojos y dicen que eso es imposible. Sus argumentos para el imposible se resumen en el carácter monstruoso de las propuestas de Podéis, entendiendo el adjetivo como el que califica a cualquier producto que va contra el orden de la naturaleza, especialmente (y eso es lo que falta en la espléndida definición del diccionario académico), el comunismo. En definitiva: mucha gente que trato no da crédito a que una parte sustancial de los ciudadanos opte por el voto monstruoso. No es mi caso. Podéis es un producto de ficción, exactamente de una ficción basada sobre hechos reales, y a la potencia de semejante producto, mil veces acreditada, ha de sumarse el trato privilegiado que ha recibido de las televisiones.
No sólo por eso me parecen verosímiles las previsiones electorales que maneja el Cis. Es que el probable éxito de Podéis convive en el tiempo con un éxito mayor todavía, que es el del secesionismo catalán, con el que comparte su carácter ficcional y el apoyo mediático más entregado y fanático. Tanto Podemos como Proceso son dos productos de la ficción televisiva de nuestra época. Es interesante observar que en la práctica ha sido indiferente que su emulsión haya sido propiciada por la televisión pública o la privada, que los haya ordenado la política o la audiencia: uno y otro sistema demuestran tener los mismos escrúpulos con la verdad. Lo decisivo para el apoderamiento ha sido la potencia del altavoz y su proyección sobre una comunidad determinada. Es indiferente también la estatura del líder: entre Pablo Iglesias y su cuidada estética Alcampo y el anodino presidente Mas media un mundo en términos de carisma. Pero es secundario: desde el imposible Adolf –aquel que no llegó a ser atropellado preventivamente por un Mercedes– sabemos que el carisma está en el relato. Y no solo: que es el relato el que nimba de carisma a sus portadores.
Lo que yo ahora espero con interés es el encuentro de estos dos fabuladores en el reino de ficción de Katatonia. Soy escéptico. Pero cabe la maravillosa posibilidad de que se inutilicen como dos coñas de la misma madera y sobre ese paisaje de cuentos muertos los adultos consigan hacerse finalmente con el mando a distancia.