PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • Cuando los principios brillan por su ausencia en la política, a ella le sobran

Escribió Santo Tomás de Aquino: «Quien tiene fe no necesita explicación. Para aquel que no la tiene, no hay explicación posible». La aseveración encaja como anillo al dedo con el carácter de Irene Montero, la ministra de Igualdad, una mujer que ha hecho de la política un apostolado.

Siguiendo en el plano de lo religioso, San Pablo recorrió Grecia y Asia Menor para predicar el cristianismo con la fe del converso y acabó siendo decapitado. Es la actitud de Montero, que prefiere inmolarse en el martirio antes que dar un paso atrás en la causa en la que milita.

No es una persona cínica, ni falta de formación, ni frívola, ni incompetente y tampoco deshonesta. Es una visionaria que cree que tiene una misión sagrada que, como expresa Pablo de Tarso en sus cartas, está inspirada en un más allá que los mortales no podemos vislumbrar. La causa que defiende no es discutible. Es un dogma que se impondrá por sí mismo. Quien lo cuestione es un hereje, un fascista, un machista que atenta contra el progreso y la razón que ella encarna. Dotada de la intolerancia del inquisidor, quien se atreva a cuestionar la doctrina tiene que ser llevado a la hoguera.

Irene Montero no debate, pontifica porque es la papisa infalible del feminismo y los derechos LGTBI. Y, como máxima autoridad de su Iglesia, se arroga la potestad de establecer lo verdadero y lo falso. Quien no acate su credo, debe ser expulsado de la comunidad de los biempensantes.

Es obvio que la ministra no puede equivocarse porque quien se halla en posesión de una revelación de naturaleza mística tiene el don de ver más lejos que los demás. Ella conoce el camino, la senda a recorrer. Los jueces están extraviados. Son los otros quienes se muestran ciegos por sus prejuicios y su falta de fe. Nunca admitirá que es una fanática porque tiene la convicción de los mártires y los santos. Su causa legitima sus excesos, su afán de caricaturizar la realidad y de dividir el mundo entre buenos y malos.

Montero no admite el pacto, ni la transacción en política. Ni siquiera cree que los adversarios puedan tener un poco de razón. La verdad es única e indivisible y ella es la encarnación hegeliana de lo absoluto. La realidad adquiere el mayor grado posible de racionalidad en su causa. Lo que piensan los demás es pura superstición.

La ministra es la nueva sor Juana Inés de la Cruz que predica contra el fariseísmo y desprecia las vanidades de este mundo. Podría parafrasear a la monja cuando ésta escribió: «Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis».

En unos momentos en los que los principios brillan por su ausencia en la política, a ella le sobran. Cuando más ataques reciba, más segura estará de estar en posesión de la verdad. No duda. Por eso, es tan peligrosa.